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Críticas (positivas y negativas) |
Todos recordamos que el último programa de la primera etapa de «Un, dos, tres... responda otra vez» estuvo dedicado al circo (30 de abril de 1973). Pero ¿cuál fue la razón? El propio Narciso Ibáñez Serrador la reveló al dirigirse a los espectadores al final del programa para despedirse; en una de las críticas que se habían escrito sobre el programa se dijo que “aquello no era televisión, sino circo”. Y esa crítica que trataba de herir y que era despectiva, Chicho supo transformarla en una magnífica idea para despedir la primera etapa de «Un, dos, tres...».
Y es que Narciso Ibáñez Serrador siempre estuvo muy atento a la crítica, para mejorar en todo lo posible su «Un, dos, tres...»; programa en el que al principio no daba la cara, pero que, tras la petición del crítico de ABC Enrique del Corral, empezó a firmar y realizar en sustitución de Eugenio Pena.
Chicho, en una entrevista a mediados de los ochenta, clasificó las críticas que había recibido el «Un, dos, tres...» en cuatro grupos. La “crítica A”, al comienzo del programa, se centraba en el hecho de que las chicas salieran en minifalda; y añadía “si ahora me diera por vestirlas de minifalda me llamarían cursi”. La “crítica B” consistía en acusar a los responsables del concurso de hacer un programa subcultural; pero también quedó superada. La “crítica C” decía que el programa era infantil, anodino y ñoño, más aconsejable para las horas de sobremesa que para la noche de los viernes. Finalmente, la “crítica D”, en medio de la cual se encontraba el «Un, dos, tres...» cuando Chicho hizo esta clasificación, acusaba al programa de exceso de erotismo; Ibáñez Serrador declaró que esta crítica, realizada a raíz de la publicación de dos viñetas del gran dibujante americano de los años cincuenta Steiner, no le preocupaba, ya que esos dibujos que en España escandalizaron tanto, habían sido mostrados en los «Un, dos, tres...» de Holanda, Portugal y Reino Unido sin tanta polémica.
En esta sección vamos a recoger algunas de las críticas que se escribieron acerca de «Un, dos, tres...». Afortunadamente, la mayoría son positivas, pero también hubo alguna negativa.
Y no olvidemos que uno de los “críticos” que seguía el programa con más atención y cuyas indicaciones eran seguidas por Ibáñez Serrador y todo su equipo, era Pepa Ibáñez, la hija de Chicho.
PRIMERA ETAPA (1972-1973)
El crítico de televisión Enrique del Corral, tras ver el primer programa de «Un, dos, tres... responda otra vez», escribió una crítica muy positiva augurando gran éxito para el nuevo concurso que había nacido:
Lo del primer día era nada más que un “piloto”, es decir, una especie de “ensayo general” para que el espectador viviera la mecánica, la dinámica y la táctica de «Un, dos, tres... responda otra vez», que ha ganado ya la simpatía de las gentes porque en su fondo y en su forma contiene todo lo eficaz para triunfar; y en esto juega buena baza la realización inteligente, oportuna y muy inspirada de Eugenio Pena, que es un gran profesional.
El éxito que Enrique del Corral auguraba para «Un, dos, tres... responda otra vez» se confirmó unas semanas después, como recoge esta otra crítica:
En pocos lunes «Un, dos, tres... responda otra vez» ha conquistado a la audiencia de TVE. El secreto es fácil; está en la conjunción de dos televisistas auténticos formando equipo: Narciso Ibáñez Serrador y Eugenio Pena. [...].
El presentador, señor Ledgard, domina el medio, las cámaras y el programa. Su dominio y desenvoltura se acrecienta, sobretodo, en la subasta, donde es preciso tener mucha habilidad... y sangre fría. [...].
Hay concurso para rato...
La novedad y originalidad de una “parte negativa” en un concurso de televisión fue muy aplaudida por los críticos:
No nos equivocamos cuando al “saludar” a «Un, dos, tres... responda otra vez» le auguramos largo éxito. Ya lo tiene. Y resonante. Tan largo y resonante que la fuerza del programa domina sobre el resto de la programación. El tándem Narciso Ibáñez Serrador-Eugenio Pena ha dado los frutos presumibles. [...].
La fuerza de «Un, dos, tres...» es tanta que casi importa menos el concurso y los concursantes que el “adobo” del espacio con la terna de peripatéticos que componen el jurado visible. Ellos polarizan la atracción popular, catalizan la indignación de algunos y la sorpresa de todos; son como pararrayos del humor y “tubo” para el drenaje de la envidia de otros que se asombran de los premios.
«Un, dos, tres...» tiene tanto de concurso como de divertimento, y esto es sano. La eficacia, además, de Kiko Ledgard como presentador y subastador confiere al programa especial resonancia.
En algunos medios se criticó la importancia desmesurada que se les daba a las azafatas:
[...] Ejemplo también válido con las guapas chicas de «Un, dos, tres... responda otra vez», que a raíz de su visita a Barcelona para tomar parte en la cabalgata de las Fiestas de la Merced, fueron elevadas a la categoría de “vedettes” por el simple hecho de decir el nombre de los próximos concursantes, dar vueltas a un bombo o manipular una máquina de sumar. Conste que estas señoritas merecen toda mi simpatía y me proporcionan unos agradables momentos visuales en la noche de los lunes, pero encuentro totalmente injustificado el que ocupen las primeras páginas de periódicos y revistas v sean proyectadas como algo tremendamente importante y trascendental. Creo que debería calibrarse los merecimientos de cada personaje y tratar a éste a tenor de su quehacer en la pequeña pantalla.
En más de una ocasión, tanto los espectadores a través de sus “Cartas al director” en los distintos periódicos, y la crítica especializada criticaron la falta de preparación de los concursantes. En esta columna de opinión de Carlos Marimón se unen críticas provenientes de ambos sectores:
Con respecto al programa «Un, dos, tres... responda otra vez», las cartas de los lectores se suceden en una forma realmente curiosa. Curiosa porque en casi todas se trata amablemente el espacio y a su presentador y, en cambio, se denuncia la falta de preparación y la ausencia de cultura de casi todos los participantes.
Quiero reproducir un párrafo de una de las cartas recibidas hoy con respecto al último lunes: «Porque precisamente ese día de anoche, el programa tuvo unos fallos culturales enormes por parte de los que se presentaban a concursar, fallando cosas tan primarías como decir que Irún es puerto de mar o que Biarritz es una población española».
Pues tienen ustedes toda la razón señores comunicantes. El programa «Un, dos, tres... responda otra vez» adolece desde el primer momento de concursantes de auténtica valía. No me he detenido en ello en ningún comentario, ya qua me ha movido a él, simplemente, c! desarrollo y contenido amable del espacio pero lo cierto es que en forma excesivamente frecuente, hay rotundas muestras de la ausencia de un bachiller elemental.
El programa entretiene aunque, lógicamente, a muchos espectadores duela este reparto de dinero sin ton ni son y, si he de ser sincero, creo que lo único que debiera cuidarse con esmero en el espacio es la preparación de los concursantes para evitar fallos en preguntas que harían reír en una clase de primaria.
Ya sé eso de los nervios, del momento difícil y toda esta gama de excusas con las que Kiko sabe disfrazar estos fallos pero, lo cierto es que muchos, muchísimos concursantes salen del estrado con esas cómicas orejas que en algunos colegios ponían a los pequeños.
En noviembre de 1972, Manuel Vázquez Montalbán le dedicó estas palabras a «Un, dos, tres...»:
No anda muy sobrada Televisión Española de programas como para que malgaste en un solo día los dos más interesantes de su actual programación. En la noche del lunes se sucede el programa de orientación política (de política eclesiástica, se entiende) de monseñor Guerra Campos y el “show” «Un, dos, tres... responda otra vez». [...].
Tras la pócima a lo cardenal Cisneros llega el rutilante «Un, dos, tres... responda otra vez». Al comienzo del programa, muchos nos temimos una reedición de pasadas siniestras peripecias televisivas. Pero pronto la propuesta comunicativa adquirió connotaciones insólitas, desconcertantes. El programa era imposible juzgarlo con los esquemas que hasta ahora nos ha condicionado TVE, era imposible leerlo con la mecánica de lectura que nos ha dejado la educación televisiva de programas similares. Era un desafío para la clarificación porque era realmente algo “nuevo”.
La estructura fundamental es conocida: un presentador hace preguntas, premia las respuestas con generosidad y ultima la faena con una apoteosis de la generosidad, pero limitada por las reglas del azar. La estructura fundamental es pues: árbitro-concursantes (va por parejas)-sanción (premios mayores o minipremios). Sin embargo, aparecen tres ingredientes corales nuevos: un coro de impugnadores del programa, de gente en perpetuo conflicto con los designios del presentador y además respaldado por otro coro invisible, cuya voz en “off” se escucha de vez en cuando para sentar irrefutablemente la bondad o la maldad de las respuestas; un coro de espectadores, cuyo rostro permanece invisible durante la primera parte del programa, pero que se convierten casi en los protagonistas de la segunda parte, con sus reacciones colectivas ante las peripecias y los dilemas que viven los concursantes; el tercer coro es el de unas muchachas espléndidas y frecuentemente destapadas, a manera de ninfas asistenciales del presentador y de los concursantes, ninfas de perpetua y muñecoide sonrisa, con las facciones del cuerpo y el alma desbaratadas por unas gafas insectivas (de insecto).
Carlos Marimón, por su parte, en la misma fecha, realizaba el siguiente comentario, dando un toque de atención:
El citado concurso sigue gustando al espectador. Y, sobre y ante todo, cabe anotar en su favor que muchas críticas adversas en un principio han dado un giro de noventa grados y han reconocido su leve error de apreciación.
Escribí en su día que creía rotundamente en el programa. Televisión Española estaba necesitada de un concurso con el poder de atracción de masas. Nada se había conseguido en los últimos años y «Un, dos tres... responda otra vez», con su concepción de juego casero, llenaba un hueco importante.
El concurso atrajo desde el primer momento las simpatías del espectador. La agilidad y desenfado de su desarrollo son puntos básicos para el éxito y, así lo subrayé, al mismo tiempo que señalaba que el alma, el motor y única, exclusivamente única clave del éxito, era Kiko Ledgard, profesional de pies a cabeza.
Pero, ahora, me parece que ha llegado el momento de dar un toque de atención al espacio. Bajo mi punto de vista todo lo conseguido, todo el público que ha captado el concurso, se encuentra en este punto de transición en que puede conservarse o perderse. El juego, por su repetición, va dejando de interesar. Si durante las primeras semanas significó una novedad, ahora, pese a las nuevas fórmulas adoptadas en la segunda parte, no consiguen atraer al nuevo espectador y, en mi opinión, cansan al que lo sigue desde su inicio.
Tremenda realidad del espacio televisivo. En la pequeña pantalla todo se quema a una velocidad cruel. Un hallazgo importante, que merece el beneplácito general, se va desmoronando rápidamente a no ser que sus responsables tengan el buen tino de ir adicionándoles alicientes. Por ello, y porque creo totalmente en el programa, he querido escribir hoy estas líneas como un toque de alerta a «Un, dos, tres... responda otra vez» que por su calidad de espacio intrascendente, amable y desenfadado, me tendrá fiel a su hora el próximo lunes.
A pesar de que las críticas de Carlos Marimón solían ser positivas, en ocasiones puso de manifiesto los errores de los concursantes y de los “súper Cicutas”:
Hace un tiempo escribí unas líneas haciendo referencia a la falta de cultura de un buen porcentaje de concursantes en el espacio de los lunes «Un, dos, tres... responda otra vez», las cuales movieron un poco los ánimos de algunos lectores. Hoy, pese a los nervios, pese a ese momento en que los focos y las cámaras juegan un papel decisivo ante el concursante, pesé a los cortes constantes del espacio, los errores continúan. Tanto por parte de los participantes como por lo que concierne a los “súper Cicutas”.
Para este comentario creo que basta con hacer referencia a la carta que me ha remitido don Martín Vila, algunos de cuyos párrafos rezan de la siguiente manera:
“Hace tiempo, a una pareja le preguntaron ríos de África y citaron el río Camerún. “Don Cicuta” dijo que este río no existía y, por lo tanto, la pareja quedó descalificada. Conozco este río y, además, en cualquier diccionario se puede leer: "Río cuyo curso superior es mal conocido y que desemboca en el Atlántico, al NE del golfo de Biafra.
En el programa de ayer (la carta está fechada en 21 de noviembre) , a una simpática pareja compuesta por padre e hija, les preguntaron países de África en que predominara la raza negra. Al nombrar Angola también les descalificaron alegando que era una provincia de Portugal. A mí entender, la contestación era válida ya que aunque sea una provincia de una nación europea, no deja de ser un país africano en el que predomina la raza negra”.
El señor Vila aboga por la vuelta al concurso de las dos parejas que fueron apeadas de él, quizás, por quedar cortada su intervención en estas respuestas. No quiero ahondar en este concreto asunto, pero sí subrayar nuevamente que a menudo se presentan lapsus de esta índole que dejan en entredicho la información de los jurados. Pero esto es una maravilla comparado con lo que sucede con las preguntas y respuestas del repelente concurso titulado «Las supersabias».
Baltasar Porcel también puso de manifiesto los frecuentes errores de los concursantes de «Un, dos, tres... responda otra vez»:
Los latinos, y en especial los españoles, somos locuaces, agudos e inteligentes: hemos entronizado nuestro tópico con entusiasmo. Pero no creo que elocuencia y agudeza sean sinónimos de inteligencia, si ésta es una capacidad mental de asociación, de ordenar y relacionar la experiencia y el conocimiento.
Cada lunes, el programa «Un, dos, tres... responda otra vez», cosecha un éxito singular, acrecentado ahora por los rumores de si desaparece o no. Hacia esta finalidad, Ibáñez Serrador lo concibió de acuerdo con los ingredientes tradicionales del divertimiento infantil y popular: señuelo de premios, un “malo” de mentirijillas, payasadas, adivinanzas... Las preguntas siguen el mismo sencillo esquema. He ahi varias, espigadas en distintos programas: países que baña el Pacífico, objetos y utensilios que usa un fotógrafo, obras de Jules Verne y de Alejandro Dumas, medidas y pesos fuera del sistema métrico, animales a los que les es imposible subir a un árbol, etc. Nada más fácil.
Pero en excesivas ocasiones el espectáculo se reduce a un obstinado silencio y a la repetición de errores por parte de los concursantes. ¿Qué ocurre, se pregunta uno, es que se trata de ignorantes supinos, anteriores a cualquier culturalización? Pues no, ya que suelen ser personas que estudian, practican un oficio cualificado o ejercen la burocracia.
Y es que, probablemente, algo más grave anida tras el espabilamiento latino y peninsular, tras los programas de docencia primaria y universitaria: una costumbre de impresionista charloteo que se ha traducido en incapacidad para exponer en coherentes imágenes cerebrales la experiencia vital e intelectual. Todos pueden contestar a las preguntas y pocos lo hacen. Escasos son los que podrían decir con el novelista anglosajón, E. M. Forster: “Mi defensa en un Juicio Final sería: Yo intentaba ligar y utilizar todos los fragmentos con los que nací”.
Una zona de nuestra personalidad es la que da el triunfo a “don Cicuta”. “Don Cicuta” que, cada lunes, casi invariablemente, preside nuestro modesto ensayo de Juicio Final.
«Un, dos, tres...» destacaba entre los concursos de la época, como reflejó la crítica especializada:
Cuatro programas-concurso salpican la semana. «Visto y oído», que presenta idóneamente Mario Beut, es el más nuevo, unido al más veterano, «Fe de erratas», que señorea con su buen estilo José Luis Uribarri. De todos, «Un, dos, tres... responda otra vez» lleva la palma de la popularidad por sus especiales características. Y por su estilo “Chicho”, junto a la vigencia del realizador, Eugenio Pena. [...]. Pero además tengo para mí que «Un, dos, tres...» más que un concurso es un divertimento, y un divertimento feliz, dichos, alegre y espumoso que sazona la programación. Ese apunte de guión con que ahora suele comenzar, dándole a “don Cicuta” actividad recreadora, resulta recreativo. Todo lo mucho bueno que, además, tiene el espacio lo ponen Kiko Ledgard y esa legión de secretarias que mariposean cumpliendo un cometido concreto. «Un, dos, tres...» hay que verlo, más que con los ojos de “la cultura”, con los ojos del humor a flor de pupila. Y la sonrisa a flor de labios, que, a veces, estalla en carcajada.
El ingenio de Chicho Ibáñez Serrador fue muy apreciado por los críticos:
El concurso de los lunes entabló polémica desde su primera aparición en pantalla. Desde aquella incursión inicial no dudé en aplaudir sin reservas su forma y contenido y tras algunas vicisitudes v algunos toques de alerta, el concurso, hoy por hoy, es de lo más popular y entretenido cara al gran público.
Cabía esperar que debido a su repetición el espacio fuera perdiendo interés, pero lo cierto es que semana tras semana Chicho se las ingenia para ir arropando al simple concurso de todo el teatro y todos los disparates que imaginar uno pueda. «Un, dos, tres... responda otra vez» ha puesto de manifiesto una vez más el triunfo de! ingenio, el aupamiento al primer puesto de una labor constante, que no se deja mecer por los laureles. El concurso evidencia cada lunes un afán constante de superación, un no querer estancarse, porque sus responsables saben que sería el fin irremisible.
El aficionado a la televisión debe aplaudir, agradecer, este espacio, porque significa una ráfaga de aire fresco en la programación. Intrascendente, frívolo, aleqre y desenfadado, junto a una pequeña dosis de interés por el juego. Si hemos escrito en ocasiones en torno a la falta de preparación de algunos concursantes y si después de varias ediciones manifestamos nuestro temor respecto a la garra futura del concurso, hoy después de presenciar las últimas ediciones, creo justo dejar constancia de que se ha sabido llevar con hábil mano izquierda todo el contenido del espacio.
Buenas ideas llevadas a la práctica, realización amable y un presentador que, hoy por hoy, no tiene posible sucesor en este tipo de concursos. Creo que habrá «Un, dos, tres...» para rato.
A raíz de una crítica hacia «Tarde para todos», Carlos Miramón aprovechó para alabar la virtud que tenía «Un, dos, tres... responda otra vez» de ser distinto cada noche de lunes:
Con «Tarde para todos» va siendo hora de cambiar formato y contenido. Es necesario remozarla, cambiar su imagen aunque el espíritu del espacio siga siendo el mismo. La televisión es, sobre y ante todo —por lo menos así nos la han vendido—, distracción. Vale la pena cumplir lo prometido y no sumirnos en la pesadez de saber siempre lo que vamos a ver sin ninguna sorpresa de por medio. Un problema que se ha solucionado con «Un, dos, tres... responda otra vez» donde, siguiendo la misma e invariable fórmula, cada lunes hay algo nuevo, algo original —algo de materia gris que juega lo suyo— que anima el espacio y lo hace entretenido.
También destacó la crítica la humildad del equipo de «Un, dos, tres...» reconociendo los errores cometidos al juzgar las respuestas de los concursantes:
Narciso Ibáñez Serrador, alma y vida de «Un, dos, tres... responda otra vez», acaba de reconocer el error en que incurrieron los “Supercicutas” rechazando a Hobbes (en la pregunta acerca de la Revolución Francesa), citado por el concursante, señor del Río Bourmann. Ibáñez Serrador reconsideró inmediatamente el tema, pero no quiso desautorizar a aquéllos, en espera de los cauces legales. Ya se han producido y la pareja volverá a estar en antena. Cuando un programa es bueno, lo es en todo; hasta en estos detalles que pueden parecer nimios y son importantes.
Otros profesionales de televisión —autores, directores, actores, realizadores, presentadores...— no admiten réplica ni censura alguna. Eso indica su poco talento y su absurda e incomprensible soberbia.
En enero de 1973, Carlos Marimón glosaba la figura de Narciso Ibáñez Serrador como artífice del éxito de «Un, dos, tres... responda otra vez»:
A través del tiempo —del tiempo aplicado a la televisión— el nombre de Narciso Ibáñez Serrador ha ido cobrando muchos enteros. Sus iniciales apariciones despertaron el interés de todos y su saber hacer quedó fuera de dudas desde aquellas historias de terror, aquel «Mañana puede ser verdad» y «La historia de San Michele» que acuden ahora a mi memoria.
Chicho Ibáñez continúa mostrando su endiablada técnica televisiva en el programa de cada lunes «Un, dos, tres...» que sigue acaparando la atención del mayor porcentaje de espectadores pese a muchos vaticinios. Pese a pensar hace un tiempo que debido a la inalterable mecánica del concurso, el interés se vendría abajo. Y, aquí está, flamante, con nuevos bríos cada siete días, con nuevas sorpresas y con constantes pinceladas de ingenio que, a fin de cuentas, es lo que pesa en el espacio.
Me consta que éste no es el camino deseado por Narciso Ibáñez. Que su meta está en la pantalla grande; que su ambición es llegar a este camino tan bien pisado por Hitchcock y que ésta su permanencia en la pequeña pantalla es un agradable y remunerado pasatiempo. Por ello creo que vale la pena aplaudir sin reservas la labor de Chicho en esta diversión de los lunes en donde está su impronta en todo momento. Porque si «Un, dos, tres... responda otra vez» ha conseguido el éxito, éste se debe, sin lugar a ninguna duda, a su labor y al captar el equipo sus ideas.
Narciso Ibáñez Serrador es un tipo importante en nuestra televisión que ha demostrado su ductilidad al presentar con elegancia y contundencia unas historias terroríficas y con desenfado y picardía un intrascendente concurso. Es posible —lo ignoro— que con «Un, dos, tres... responda otra vez» no quede truncada la labor de este hombre en nuestra pantalla. Como espectador, hago votos para que sus ideas y su técnica sigan en Prado del Rey.
Con motivo del final de la primera etapa, Carlos Miramón escribió el siguiente comentario bajo el título “Un anticipado adiós”:
Lo que primero fue un rumor, se convirtió después en noticia con visos de verdad y, definitivamente en confirmación. El espacio «Un, dos, tres... responda otra vez» se apeaba en marcha de la programación dejando a un buen número de espectadores bastante malhumorados.
El concurso que abrió las puertas de TVE a los mil y un sucedáneos que estaban aguardando, caló hondo desde el primer momento y han sido muchas las cuartillas que en tomo suyo se han llenado. Sus personajes se colaron de rondón en todos los hogares y el estallido da la popularidad llegó a su máximo. Se jugaba al «Un, dos, tres...» en cualquier momento y “don Cicuta” fue el hallazgo para multitud de aplicaciones. Un fenómeno que puede equipararse a aquel simpático desfile de chavales que invitaban a nuestros pequeños a ir a la cama porque había que descansar.
Y, en una fase tranquila del espacio, una vez llegado a la órbita después de ir hacia arriba en forma constante, se anuncia su cese, lo que a mí me parece estupendo.
Debo señalar que ignoro las causas que motivan esta decisión pero quiero imaginar que es para bien del programa. Si es así debo aplaudir sin reserva esta decisión, este saber cortar por lo sano un éxito, antes que éste caiga por su peso debido a su machaconería, a su presencia en extremo dilatada. Ahora, «Un, dos, tres... responda otra vez» hace un alto en el camino y deja a mucho público con deseos de continuar presenciándolo. Quizá dentro de unos meses todos pediríamos s gritos su desaparición. Porque la TV es esto: la ovación entusiasta hacia un espacio y el desprecio total dentro de unos meses debido a que ya estamos cansados de él.
Por ello, en este anticipado adiós al programa, vaya una vez más mi
aplauso al equipo. A este Chicho Ibáñez Serrador, gato viejo con siempre
ideas rezumando ingenio; a Kiko Ledgard, puntal indiscutible en la
agilidad del juego; a “don Cicuta” y sus muchachos y a este puñado de
guapas que en una buena hermandad han dejado muy alto en TVE lo que
puede conseguirse en un concurso.
Ya terminada la primera etapa, Carlos Marimón echaba de menos el programa y escribió esto en el verano de 1973:
Los concursos en televisión tuvieron hace unos meses un estallido que nos ahogó a todos. [...]. Conste que lo «mejor» que se programaba era el espacio «Un, dos tres... responda otra vez» y luego, y muy por debajo, seguían los demás juegos en una casi igualdad de desaciertos [...]. Me parece que TVE debiera pensar en un concurso del empuje de «Un, dos. tres... responda otra vez» para este verano ya iniciado, porque quizá con este programa podría alegrar la programación que se nos avecina.
Cuando muere un actor no pasan muchas horas hasta que, a modo de homenaje, se repone una de sus películas, pero las cadenas desconocen el protocolo a aplicar ante el fallecimiento de un presentador como Kiko, jubilado de oficio, pero activo en la memoria de los espectadores. El viejo «Un, dos, tres...» tuvo que volver anoche, con sus billetes verdes en blanco y negro, sus autos locos y sus azafatas miopes, para que el público disfrutara con una gran lección de historia y uno de los mejores maestros.
Hay que señalar que TVE escuchó las voces que pedían la reposición de un programa presentado por Kiko Ledgard y emitieron el dedicado a los toros (26 de marzo de 1973).
SEGUNDA ETAPA (1976-1978)
Tras el estreno de la segunda etapa de «Un, dos, tres... responda otra vez», Enrique del Corral escribió este elogio al programa y a su director:
Narciso Ibáñez Salvador (no es errata; es el “salvador” de los programas); Narciso Ibáñez “Salvador”, repetimos, llegó, actuó y triunfó. Había mucha expectación y alguna psicosis en espera del retorno de «Un, dos, tres... responda otra vez», y ya está en antena. Tan para bien que en el espacio del retorno jamás tuvimos la impresión de que el programa necesitara “rodaje”, porque todo estuvo a punto y en punto.
Huelga que nos referimos a la increíble fantasía de Ibáñez Serrador; está demostrada. Ni a su concepto de la televisión como espectáculo dinámico, electrizante, lleno de sorpresas y de “gags” para que no se produzca jamás ni un bache ni una pausa, porque también está patente. Acción sobre acción; sorpresa sobre sorpresa; fantasía. Y una realización tan cabal que uno se olvida enseguida de que existan las cámaras, aunque se viera el cablerío recorriendo el estudio.
Con nuevas secretarias mucho más asentadas que aquellas que iniciaron el «Un, dos, tres...» en la primera etapa; con Kiko Ledgard dominando el tema y superando los inconvenientes con magisterio constante; con nuevos “Cicutas”, que serán enseguida populares; con un admirable recuerdo para el inolvidable Valentín Tornos, “encerrado” en su “Tacañón del Todo”; con la picardía de la subasta; con el espectáculo sobre el espectáculo, «Un, dos, tres... responda otra vez» es ya realidad gozosa. Y explosión de humor, que falta hace.
¿Quién verá desde ahora, ese mismo día y hora, «A fondo», en UHF? Muy pocos... ¡Cosas de TVE!
Menos positiva fue la crítica que escribió Juan Cueto a raíz del estreno de la segunda etapa de «Un, dos, tres... responda otra vez», en un artículo que publicó bajo el título de “Ninguna diferencia en el nuevo «Un, dos, tres...»”:
¿Existen diferencias entre este «Un, dos, tres...» y aquel «Un, dos, tres...»? Veámoslo. El director es el mismo, también el presentador y el equipo que no se ve, las linda exhibidoras de “muslamen” están cortadas por el mismo patrón que las anteriores y condenadas al mismo tipo de fama, la estructura de la cosa no ha variado lo más mínimo, el espectáculo final con el “suspense” del automóvil es idéntico... [...] Por empeñarse en copiar la vieja fórmula, sin quitar ni añadir una coma, un plano, por querer plagiarse a sí mismo a falta de nuevas ideas, por intentar huir de toda innovación [...] Chicho y sus muchachos están consiguiendo un programa-concurso que no resiste la menor comparación con aquel que les hiciera tan populares a pesar de ser el mismo.
¿Pero cuáles son las discrepancias? Por de pronto, la peseta, la “gran vedette” del espacio, ha cambiado: se ha devaluado. [...] En segundo lugar, el tiempo no pasa en balde ni para Ibáñez Serrador. Cuando surgió el primer «Un, dos, tres...», el país permanecía imbecilizado por decreto-ley. Desde entonces han acontecido un montón de cosas que han logrado hacer del famoso concurso un producto encantadoramente “retro”, por no decir estúpidamente subdesarrollado. [...].
No fue el único crítico que comparó la segunda etapa con la primera:
Las cosas parecen no rodar tan bien para el espacio de Ibáñez Serrador. Tan bien como en su primera edición en donde la aceptación fue total y los aplausos se sucedían. Ahora el programa es analizado minuciosamente desde todos los ángulos y por las plumas más dispares. Todo parece indicar que los puntos de mira están firmemente centrados en el programa.
Si pasamos revista a lo publicado en las últimas semanas vernos que el denominador común de los ataques al espacio son la evidencia de la falta de cultura de los concursantes, la manipulación que de ellos hace el equipo responsable y el despilfarro de dinero. Todo ello estaba ya Incluido en la primera puesta en escena y no se armó tanto revuelo. No obstante creo lógico señalar que el contenido actual del programa comienza a fatigar al espectador que necesita de otros alicientes para digerirlo. [...].
«Un, dos, tres... responda otra vez» sigue los caminos de su época pasada pero el público no le presta ya la atención anterior quizá alertado por las críticas y comentarios adversos. No obstante opino que concursos de este tipo hacen falta para dar un poco de alegría a la programación. Es ni más ni menos que un programa hecho para el espectador y hay que presentarlo sin ningún fallo aunque yo, y también muchos espectadores, preferirían que fuese en directo a lo que, lógicamente, el equipo realizador no accederá jamás.
Otro crítico también se quejó a raíz de la primera emisión de la segunda etapa, aunque acabó concluyendo que estaba seguro de que Chicho alcanzaría el éxito con el tiempo:
Por si un aquél, Chicho Ibáñez Serrador comenzó curándose en salud y haciéndose el humilde: “A quien poco pretende, poco se le puede exigir”. En este caso, nuestra discrepancia con Chicho es notoria. Los espectadores están en su pleno derecho de exigirle a Chicho y exigirle al nuevo «Un, dos, tres...», porque el entretenimiento es fundamental en la programación de una televisión. Claro que nadie le va a exigir a Chicho Ibáñez Serrador que informe al minuto como en retransmisión directa, ni que dé noticias como en el Telediario... Pero, eso sí, se le puede exigir —y mucho— calidad en el programa, agilidad, amenidad... y todos los calificativos sinónimos que ustedes quieran. Y el «Un, dos, tres...» —por lo menos el primer programa— ha perdido en espontaneidad lo que ha ganado en muslos. Demasiado montaje ha tenido el programa, demasiada elaboración, que le quita naturalidad. Por otra parte, la subasta con muchos elementos extraños a ella, carece de la continuidad necesaria y del “suspense” adecuado. De todas formas, el programa resulta como resultó en su día. Chicho corregirá los fallos. Estamos seguros.
El programa dedicado a las novelas policíacas (14 de mayo de 1976) fue objeto de una crítica positiva por parte de Enrique del Corral:
El entusiasmo y la profesionalidad de Ibáñez Serrador no la hemos puesto jamás en duda. Si alguien la tuviera le bastaría haber visto el último «Un, dos, tres...» para disiparla. No contento con buscar, cada semana, algo que enriquezca el complejo guión del programa, ha ido más allá insertando secuencias de «Kojak» con doblaje idóneo, divertido y original para sumar efectos al programa que es, de principio a fin, efectivo.
Si a veces queda un tanto bajo de humor y como “sombrón” la culpa es de quienes concursan, ya que su espontaneidad, sobretodo en la subasta, es fundamental para robustecer el clima de buen humor que es sustancia de «Un, dos, tres... responda otra vez».
El exceso de publicidad (encubierta o no) siempre fue puesto de manifiesto por la crítica:
Estaría bien que los responsables de la publicidad —que dicen que los hay en TVE— vieran de vez en cuando el programa para que no nos tuviéramos que “tragar” publicidades como la del gimnasio Banzal o la del cochecito de la SEAT con las inocentes frases de Kiko: “¡Qué coche!”, ”¡Qué línea!”, “¡Qué bonito!”, “¡Qué maravilla!”. Todas ellas arropadas por los “¡Oooohhhhh!” de admiración de los extras que cobran por hacerlos.
Igualmente, el plano final del programa no puede ser más publicitario: el coche se coloca en medio del plató y es rodeado por todas las bellísimas azafatas del programa. Para mí es una publicidad descarada. ¿No les parece lo mismo?
Enrique del Corral siempre trataba muy bien al «Un, dos, tres...» en sus críticas; en diciembre de 1976 escribió esto:
Hasta la llegada de «Un, dos, tres... responda otra vez» los concursos en TVE eran sencillamente concursos. Con alguna excepción, casi todos valían lo mismo para televisión que para radio. Les faltaba, pues, el elemento visual, fundamento de, y para, televisión.
Narciso Ibáñez Serrador fue, quiérase o no, el gran revolucionario de los concursos con la colaboración de Kiko Ledgard, cuya autoridad ante las cámaras y soltura para salir ingeniosamente de cualquier situación, está fuera y sobre cualquier duda.
Ibáñez Serrador no ignora tampoco que en televisión nada es imposible sin guión. Ni siquiera un concurso; y los escribe con detalle, minuciosamente, añadiéndole espectáculo al espectáculo por lo que cada vez el programa, siendo el mismo, es siempre distinto. Enriquecido, además, el espacio con fantasía, a veces desbordada e incluso con buena dosis de “suspense” en la parte dedicada a la subasta, el programa mantiene su constante juventud y su apasionada actividad, que le ha convertido en predilecto de la audiencia, según los índices. Y con razón.
Otro de los programas que provocó una crítica positiva por parte de Enrique del Corral, fue el dedicado a las ciencias ocultas (29 de abril de 1977):
Narciso Ibáñez Serrador es un “mago” de la televisión. Domina el medio; no por intuición gratuita, sino por estudio concienzudo. Cada uno de sus programas ha sido un éxito. Ahora, permanece “refugiado” en «Un, dos, tres...», programa estrella de los viernes, nada fácil de hacer, aunque muchos crean lo contrario. Es complejo de guión, de dirección y de realización. Complejo y abrumador, siempre.
A veces, además, sorprendente como espectáculo añadido al espectáculo. Tal ocurrió el viernes con “la magia” inserta en el programa con tanta fuerza que los espectadores in situ, y los diseminados por toda España, estaban más atentos, quizás, a las peripecias de los magos que a la mecánica del programa en sí. Este no dormir sobre laureles y estar siempre bullendo ideas, y realizándolas, da a «Un, dos, tres...» su mejor carácter y su esencia televisiva.
A raíz del especial de Reyes de 1978, Paco Umbral escribió lo siguiente:
«Un, dos, tres... responda otra vez». Ahora muere el programa, ahora termina la popular maratón de los analfabetos y deben saber ustedes que en el reciente concurso dedicado a los niños terribles —los niños son siempre terribles— Kiko les pidió verbos de la primera conjugación y salieron éstos: “mear, cabrear y cagar”. Los dos últimos los cortó la inexistente censura de TVE. Cuando Victoria Abril dijo eso de “diecinueve preguntas contestadas”, resultó que los telespañoles sólo habíamos oído diecisiete, lo cual le bastaría a cualquier notario para impugnar el programa. [...].
Casi a punto de terminar la segunda etapa de «Un, dos, tres... responda otra vez», Enrique del Corral quiso alabar la espectacularidad que estaba alcanzando el programa en sus últimas emisiones:
No sé si acabará o no, como se dice, «Un, dos, tres...». Si concluye, la audiencia masiva lo lamentará mucho; y algunos “selectos” también, aunque no se atrevan a decirlo. Narciso Ibáñez Serrador, con su inseparable, Kiko Ledgard, ha cuajado un programa-espectáculo donde al espectador le importa ya poco lo que se lleva —o sabe— quien concursa. Lo que le importa es estar una hora entretenido con ballet, humoristas y Mari Carmen; y lo está.
«Un, dos, tres...», además de todo lo que tiene dentro, como guión y realidad televisual es, desde hace poco, una concentración de actores, de humoristas. Y, ocasionalmente, de valores absolutos en algún campo del arte; el viernes, Chabuca Granda, que cantó “La flor de la canela”, nada menos e inundó de simpatía el “set”. Un “set” que estuvo desbordante de ingenio en el decorado, bien resuelto pese a las “pegas” acumuladas por la fantasía de Narciso Ibáñez Serrador, quien parece no descansar, ni dejar descansar a nadie.
Creo, modestamente, que «Un, dos, tres...» tal y como está saliendo ahora de la mano de Kiko Ledgard y del cerebro —y los ojos— de Ibáñez Serrador, es ya mucho más que un concurso, para inscribirse por derecho propio en un auténtico espectáculo de televisión. |
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