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En la grabación del programa
dedicado a Berlín, años 30

29 de junio de 1987

 

 

En el primer día de grabación del programa dedicado a
“Berlín, años 30” hubo un periodista de la revista Panorama
observando cómo Chicho controlaba todos los detalles

 

 

 

  

   

«Un, dos, tres...». Estudio número 1 de TVE en Prado del Rey. Chicho detrás de las cortinas, Chicho en el micrófono de control, Chicho delante del monitor, Chicho que retoca un decorado, Chicho que corrige un paso de danza, Chicho arriba y abajo, Chicho que ordena cambiar un maquillaje, Chicho que grita “silencio”, Chicho que pide fuego para el puro y se guarda por descuido el mechero ajeno, Chicho que gasta una broma, Chicho que pega un bocinazo... Chicho, dueño de Prado del Rey por veinticuatro horas.

 

Narciso Ibáñez Serrador - «Un, dos, tres...» (1987)

 

 

Son la doce de la mañana del lunes, primer día de grabación del programa rey de TVE: «Un, dos, tres...». Y Narciso Ibáñez Serrador, pantalón bien planchado, camisa a rayas sin corbata, rebeca azul abierta, barba recortada algo canosa y pelo que no despeinan ni los ventiladores, inicia un día normal de su vida, un día que, visto desde fuera, es algo así como el vertiginoso recorrido de una montaña rusa.

 

En el amplio estudio de grabación huele fuerte a incienso, como si nos encontrásemos en el interior de una catedral. Se trata de crear un ambiente brumoso en el local de un supuesto cabaret berlinés, y un ventilador arroja humo del sahumerio desde un rincón del escenario. Pero hay más decorado aún, más trabajo en el estudio a media luz: ante las puertas del cabaret, una calle iluminada por las farolas de la noche, una calle del Berlín de los años treinta.

 

«Un, dos, tres...» - 1987

 

 

Primer ensayo

 

La grúa con la cámara y los figurantes ya están dispuestos para el primer ensayo. Chicho, junto al monitor, rodeado de colaboradores, algunos curiosos, y de espaldas a la grada, de doscientas sillas, que mañana ocupará el público del programa, da instrucciones a los extras. Se trata de seguir, con la cámara que sube y baja en la grúa, a una pareja que entra en el campo de visión, de espaldas. Unos mendigos enviarán a un niño para que les venda castañas. Mientras la pareja le rechaza con gestos, un rabino cruza ante ellos. Luego, la cámara seguirá a una pareja de burgueses bien vestidos, que se cruzarán ante dos militantes nazis. Hay dos prostitutas bajo las farolas y la cámara, siguiendo a la segunda pareja, penetrará en el cabaret al abrirse las puertas. Allí enfocará, con zoom, a una orquesta de gordas señoras que tocan banjo, clarinete y saxo. Ahí terminará esa especie de plano-secuencia concebido por Chicho Ibáñez Serrador.

 

«Un, dos, tres...» - 1987

 

 

Se ha aprendido los nombres de casi todos: de Ignacio, el niño; de Pilar, una de las prostitutas; de Higinio, el cámara de la grúa. Insiste en que el ambiente es de frío. “Señores mendigos, tiriten ustedes junto al fuego”. Habla a los figurantes de lo que deben sentir: “Vosotros, hijos, los de als camisas pardas, los SS, mirad a la gente mientras os sentís duros, puros, seguros de vuestra razón”. Y se vuelve a un ayudante para indicar la necesidad de un cambio de vestuario referido a las damas de las farolas: “Yo no he sido prostituta de los años treinta en Berlín, pero estas dos parecen parisienses de los veinte. Cambiadles el bolso y que se pongan un abrigo, que es invierno, hijos”.

 

«Un, dos, tres...» - 1987

 

 

Pide silencio. Y gasta algunas guasas idiomáticas: Porfaplease, me enciendan el moniteur para que pueda ver el escenario une autre fois”. Últimas instrucciones al cámara, mimos al niño-mendigo, pide que se avive el incienso dentro del cabaret y que los extras que hacen de clientes se hinchen a fumar, marca el ritmo con el que deben caminar los figurantes y grita al fin “acción” para el primer ensayo.

 

“Muy bien, Ignacio, así, corriendo tras ellos. Gira tú, Pilar, da una vuelta a la farola. Así, que pasen los camisas pardas, seguros, duros, hijos de una causa justa. Yo pediré play back para la música. La pareja, sí, que cambie unas frases con el portero. Abrir la puerta ahora. Higinio, el zoom. Bien. Señoras, a tocar. ¡La música, la música ya! La señora del banjo, que sonría. Y las otras, inflen los carrillos. No, no, así no... Otra vez a ensayar, desde el comienzo”.

 

Tres ensayos más. Puntilloso, va introduciendo modificaciones en los detalles del vestuario. Nueva guasa idiomática ante un fallo: Die grossen cagaden”. Enciende el primer puro del día, el primero de casi una decena. Y se guarda por descuido el primer mechero bic de un colaborador. Ordena hacer cambios en las luces y, aprovechando el tiempo muerto, nos saluda por primera vez, con una cortesía algo indiferente. Pepe Arenas, uno de sus íntimos colaboradores, nos dice que podemos trabajar con toda confianza, sin ningún problema.

 

 

Hacer las cosas naturales

 

Sube Chicho a control para ver, desde el despacho de grabación, el último ensayo. De nuevo dirige una decena de instrucciones por los altavoces. Y al fin da la orden de grabar. Una y otra vez corta, al mínimo fallo. Y ve deficiencias donde sus colaboradores no habían detectado nada. “Las puertas se han abierto tarde... Hace falta más humo en el cabaret, que fumen todos... Las señoras de la orquesta han cogido tarde los instrumentos, después de que comenzase la música del play back. Otra vez, otra vez...”.

 

Son cinco tomas antes de que Chicho dé una por buena. Baja de control. Y en el monitor del amplio estudio, rodeado de figurantes, colaboradores y las chicas del «Un, dos, tres...», ve el resultado de la grabación: los ojos fijos en la pantalla, el puro apagado entre los labios, la mano izquierda manoseando la barba. “Bien, no está mal −dice al fin−, pero grabemos otra antes de irnos a comer”. Y pide fuego y se guarda otro bic.

 

«Un, dos, tres...» - 1987

 

 

Después de la segunda grabación, la gente se dispersa para almorzar. Él no lo hace. Debe atender desde el despachito de al lado las llamadas de la mañana y dar los últimos retoques a los planes de grabación de la tarde. Apenas diez minutos para tomar una taza de caldo de la máquina del pasillo de al lado.

 

Le hablo de su detallismo en el trabajo. Y él me dice: “Es la dificultad de la simplicidad. Hacer las cosas naturales es lo más problemático. Y aquí, en España, muy poco frecuente. Yo intento eso sobre todo: naturalidad”.

 

Me cuenta que la semana pasada estuvo Cugat en el programa. “Es todo un profesional, una verdadera cabeza para el espectáculo. Ha descubierto una cantante, Nina, que es una bomba cantando, se come la cámara, la traspasa. Cugat tiene una profesionalidad como muy pocos”.

 

Hablamos de su carrera. Ha trabajado en Uruguay, en Argentina, en Venezuela, en Ecuador y, curioso, en Hong Kong. “Estuve allí seis meses, haciendo unos programas de promoción de la ciudad y también de cocina asiática. Conocí Vietnam, Camboya, Laos... Era la época de la guerra de Vietnam. La primera vez que vi el aeropuerto de Saigon, había allí, sentados en hileras de bancos, varios cientos de paracaidistas americanos que iban a ser trasladados al frente. Sobre todo me impresionó una cosa: el silencio, el inmenso silencio de aquel aeropuerto”.

 

Pide lumbre para el puro y yo se la doy sin soltar mi mechero. Luego, se va a su despacho, a solas durante unos minutos, y yo paso al comedor de TVE con dos de sus colaboradores.

 

 

Una comida erótica

 

Aunque no ha bajado a comer, Chicho la ha armado en los comedores: las cuatro señoras gordas de la orquesta ocupan con toda naturalidad una mesa del fondo, mientras los dos muchachos nazis comen en silencio con un largo vacío a su alrededor. Parece que a la gente no le gustan los SS ni en la ficción.

 

Pero la marimorena está en otras mesas: las chicas que hacen de cabareteras y de prostitutas muestran muslos y escotes sin exceso de pudor. Beverly y Jenny lucen unas braguitas que son como pantaloncitos cortos de satén, medias con liguero y sujetadores con lentejuelas. No se cortan para nada. Y a su alrededor, los redactores, los guionistas, los realizadores, los productores, los conserjes, los técnicos, los cámaras, todos los oficios del personal masculino de TVE se agolpan para ganar un sitio próximo donde comer y admirar los encantos de la naturaleza. Por primera vez en varios años, los pasillos de Prado de Rey están vacíos.

 

Pasan casi diez minutos de las tres y todos estamos de vuelta al estudio. Toca ahora grabar, en el escenario del supuesto cabaret, el número de las cupletistas que cantan junto al hombre del frac, sobre el play back del tema musical de la famosa película de Bob Fosse.

 

Chicho organiza en las mesas a los figurantes que hacen de clientes. Está en todos los detalles: en las copas de coñac, en los vasos de champán, en las lamparillas de flecos de cristal rojo, en los atuendos, en las plumas del sombrero de una dama. Las encargadas de maquillaje retocan rostros, los responsables de vestuario introducen las variaciones que ordena Chicho, los cámaras se colocan en los puntos que Chicho dispone, marcando las variedades de planos; el tío de la escalera arregla focos. Las chavalas del ballet dan saltitos en el escenario para poner sus músculos a punto.

 

Primero se ruedan planos sueltos del público del cabaret, mesa por mesa, para encadenarlos después, en el montaje del jueves. Chicho indica a cada figurante cuándo debe aplaudir, cuándo fumar, cuándo reír... Y suelta algún que otro berrido si uno de los extras mira hacia la cámara en lugar de al escenario. Todo queda grabado en menos de diez minutos.

 

 

Todo está escrito antes

 

Mientras se preparan los últimos detalles para el número fuerte del cabaret, Chicho pregunta a Isabel, una de sus azafatas, herida en un accidente de tráfico, por los problemas de su cuello. No deja de ser delicado con su gente. Y en un instante que se detiene a mi lado, en medio del ir y venir de tanto personal, se me ocurre preguntarle si improvisa. Chicho me mira con un gesto de asombro, casi como si no hubiera oído bien. Y a paso rápido, después de decirme que le siga, me lleva hasta un rincón en el que hay una cartera. Saca un mazo de folios grapados y me lo pone en la mano: “Mira, míralo bien, léelo bien, es el guión”. Y me deja allí sentado mientras regresa a pedir más humo de incienso para conseguir el ambiente.

 

Todo el «Un, dos, tres...» está ahí escrito, en más de cuarenta folios. Está la explicación general del tema de la semana, está lo que debe decir Mayra Gómez Kemp −que grabará mañana su parte− y están los regalos, el vestuario, la figuración, los diálogos de las azafatas, las canciones para las que ha hecho la letra, los premios secretos, incluso los chistes que van a contar los cómicos. Nada imprevisto en todo el mazo de papel, no habrá una palabra en el «Un, dos, tres...» que no haya sido escrita previamente por Chicho Ibáñez Serrador.

 

Los ensayos están en marcha. Chicho se ha ido a la cabina de control y ordena a través del micrófono los movimientos de las cámaras y del ballet. De pronto, su voz resuena en el estudio: “¡El chico periodista, que no me pierda el guión!”. Subo las escaleras traseras del estudio y entro en la cabina de control. Chicho dice nada más verme: “¿Y el guión?”. Se lo doy. “Es que es dinamita, ¿sabes?”. Asiento: “Me podía haber hecho millonario si encuentro a los concursantes de mañana y les digo qué deben elegir”.

 

Delante de la mesa de control, flanqueado por el técnico y por su ayudante de dirección, Chicho contempla los planos que, en varias pequeñas pantallas, le envían las cuatro cámaras que ha dispuesto en el escenario para el número de baile. Cuando todo está listo, después de varios ensayos que ha dirigido a través del micrófono que le une con los altavoces del estudio, comienza la grabación. Es un espectáculo verle dirigir: la mano izquierda apoyada en la mesa, relajado, distendido, escuchando el minutado que le da su ayudante, enviando instrucciones precisas a los cámaras, la mano derecha al aire moviéndose como si expresara un ritmo musical que escuchase en su interior, el chasquido de los dedos cuando quiere indicar al técnico los cambios de plano...

 

«Un, dos, tres...» - 1987

 

 

Nueva grabación. Retoques mientras se empieza. Pide más humo en el escenario, ordena mínimos cambios en la colocación de las cámaras, gasta alguna que otra broma por el micrófono, exige planos más cortos a la cámara número cuatro. Y se queja: “Las chicas están mal maquilladas, tendrían que parecer más golfas y más cansadas, como las de la película «Cabaret»; y que se tomen planos más groseros, más muslos, más traseros, es un cabaret decadente de Berlín...”.

 

 

Manía por la exactitud

 

Después de las siete grabaciones que ha ordenado hasta dar con la que le gusta, bajamos juntos de nuevo al gran estudio. Elogio su manía por la exactitud y él dice: “Sí, ya has visto el guión, ¿no? No improviso. Pero lo que busco siempre es naturalidad y realismo”. Me destapa ahoras uno de los secretos de su olla. “A veces dejo grabados algunos errores, como un mal enfoque de cámara o un mal movimiento. Y tengo una cinta con ruidos que en ocasiones meto detrás de la música o de los diálogos. Eso da la sensación de que el programa va en directo... Sí, naturalidad y realismo”.

 

Las horas transcurren. Graba con Marta, del grupo “Olé Olé”, el tema de “Lilí Marlen”; revisa los ensayos de Silvia y Kim, que cantarán “Money, money” con letra en castellano del propio Chicho; sigue encendiendo puros, dando instrucciones, grabando nuevos números...

 

«Un, dos, tres...» - 1987

 

 

Así hasta las doce o doce y pico de la noche, subiendo y bajando del estudio al control, del control al estudio, relajado siempre y, al parecer, infatigable, como subido en una montaña rusa, con los bolsillos llenos de mecheros.

 

 

Reportaje escrito por Javier Martínez Reverte para la revista Panorama en 1987

 

 

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