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En la grabación del programa 5 de febrero de 1973 |
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En contra de las apariencias, el programa más popular de TVE no se emite en directo. Se graba en los estudios con cuatro días de antelación. El público es protagonista; tanto o más que los concursantes que se sientan en el banquillo |
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En el pasillo que da acceso al Estudio 1, Chicho Ibáñez Serrador, con los brazos cruzados, contempla cómo un angelito con gafas ensaya su papel. “Llegas y dices... ¿qué dices?”. Y el angelito insiste: “Como en este programa siempre hay llaves, el jefe me manda que les traiga éstas”. El angelito es miembro de una escolanía; veterano en «Un, dos, tres...»; “la primera vez vine para cantar eso de “Campana sobre campana”, y luego me han llamado otras veces”. El angelito lleva las manos sucias y luto de gato en cada una de sus uñas.
Kiko, maestro de ceremonias con y sin cámaras, luce, como siempre, un calcetín rojo y otro negro. Debe de haberse dado un traspiés porque la puntera de uno de sus zapatos está pelada. A don Cicuta-Tornos, que aparece ya maquillado y musitando su papel, la gente —toda la gente— lo mima como si acabara de salir de un tifus. Una enfermera con minifalda —la que luego intentará poner al concursante la gigantesca inyección— hace que los mimos se olviden. Las chicas no llevan hoy minifalda, sino amplios guardapolvos. El público masculino, no obstante, se da espectaculares codazos en cuanto aparecen.
Pasen, señores, pasen, porque el Estudio 1 empieza a reclamar su ración. Son las cinco y cuarto del jueves.
Llevo un vestido amarillo y Chicho Ibáñez Serrador, en cuanto me ve, hace grandes aspavientos. “De amarillo, no, de amarillo, no. Trae muy mala suerte. Aborrezco ese color desde pequeño. Pero, en fin, pasa, pasa...”. Parece que es verdad, que en los decorados y en el vestuario de «Un, dos, tres...» no hay ningún amarillo.
El público se agrupa por orden de concursantes. Es decir, cada fan con su pareja. Y empieza el jolgorio y la orden de combate.
Una señora le dice a su amiga: “En casa lo ves todo muy bonito, pero aquí...”.
Los “Cicutines” confraternizan con el público. Uno de ellos se frota las manos con fruición y dice a grito pelado: “Hoy estoy nerviosísimo. No sé lo que me van a preguntar”. Los “Cicutines” son un tanto ligones y dicharacheros. Uno de ellos, el de las barbas largas, me guiña el ojo insistentemente.
Los concursantes tienen unos nervios eufóricos y parlanchines. Se solidarizan mucho.
Una voz reclama a Kiko Ledgard que empiece a repartir dinero ya. “No tengo —dice Kiko—, se lo han llevado todo”.
A las cinco y veinte entran unos espectadores con boina y aspecto de autostopistas vascos.
A las cinco y veinticinco, Ibáñez Serrador da su discurso de recibimiento: “Bienvenidos, tranquilos, expresivos y relajados. Se ríen si les hace gracia. Y dicen esos ¡oh! que quedan muy bien”. La gente aplaude, como cuando el director se pone al frente de la orquesta.
Según parece hay desperfectos en el vídeo —la cinta que graba el programa, lo que veremos en definitiva—. Pero a las cinco y media en punto suenan clarines y timbales, se encienden los focos, todo el mundo a sus puestos. Claqueta. “Cinco y acción”, dice Chicho. Y... cinco y acción.
No ha transcurrido un minuto cuando sobreviene el primer corte. A “don Cicuta” se le ha encasquillado eso de “que pinche, que derrape”, en su diálogo inicial con Kiko Ledgard.
Hace su entrada en plató un perro perdido, sin collar ni nada. Un espectador veterano ya lo conoce: “Es el mismo que aparece todas las semanas”. El perro se va sin más historias.
¡Cinco y acción! Sigue el diálogo. Y Kiko Ledgard dice un americanismo. Cuando “don Cicuta” le recomienda que conduzca siempre con una copa de menos, Kiko contesta: “Yo nunca he tomado, tomo ni tomaré”. Corte. Chicho le da la frase: “Yo nunca he bebido, etc.”. Las niñas tampoco tienen hoy su día. “Estáis sosas”, les dice Chicho. “Y esto es un programa ¡¡¡divertido!!!”.
Reanudamos. El espectador que tengo al lado se ha comido ya cinco uñas. Dos de las parejas que concursan son amigas suyas. Llegan los primeros al banquillo de las preguntas: “Países comprendidos entre los trópicos y el ecuador”. “España”, contestan. Suena la barahunda de los “Cicutines”. Los “supercicutas” están tras los decorados y su ciencia nace de los tomos del Espasa que tienen ante ellos. Se corta de nuevo la grabación —se corta cada vez que hay un fallo de los concursantes para que los “supercicutas” elaboren su respuesta o Chicho la gracia que debe decir “don Cicuta”—. El público impugna el fallo: “¡Canarias es España y está entre los trópicos!”. Los “supercicutas” reconsideran su opinión y admiten que, si no las Canarias, el Sahara español si está entre los trópicos y el ecuador.
Saltos de alborozo de los seguidores que hacen temblar las tablas del decorado.“Van cañón” dice el señor de al lado, al que sólo le quedan tres uñas de ración.
Fuera de cámara, “¡Toma, Jeroma!” es una de las exclamaciones favoritas del “cicutín” de las barbas cuando los concursantes fallan.
El público apunta bastante, aunque el tinglado de las cuatro cámaras esté por medio, y el mensaje es recibido alguna vez por los concursantes.
En una de las pausas, “don Cicuta” se arranca por cantos. Interpreta, ante el regocijo del respetable, el bonito tema “Somos como dos barquitos que se cruzan por la mar”.
El concurso ha terminado y los fans gritan el “ra, ra, ra” de rigor. El padre de la concursante ganadora comenta con la señora que lo ve mucho mejor en casa: “precisamente el domingo les estuve haciendo listas de dos cosas que les han preguntado”. “Pues ya es suerte, ya”, contesta la señora, que va sin perder un minuto a que Kiko le firme un autógrafo.
Llegamos —seis y media en todos los relojes— al sorteo de las cartas mediante el bombo. El bombo no funciona. Chicho reclama al “director de bombos”. Y aparece un señor con mono azul y martillo incorporado. La voz de Chicho, desde el control, anima a la rubia Britt: “¡Venga, dulce amor!, pon tu sonrisa acostumbrada que te voy a dar primer plano”.
Tercera parte: subasta. Kiko lleva el maletín lleno de fotos, quinielas... A petición del público enseña cincuenta billetes de mil que lleva en el bolsillo. Tranquilidad en los medios: aquí no hay trampa, aunque haya cartón. Kiko le dice a uno de los concursantes que va a manejar el cochecillo eléctrico para la prueba de desempate: “Ya sé que no debería meterme en esto, pero se le sale el faldón de la camisa”. El concursante no se encuentra muy bien. Dice que tiene fiebre.
“Suerte, brillantez y al toro”, dice Chicho a Ledgard. Cinco y acción..., ya saben.
Desde el control, las cosas se ven distintas. A Chicho le ha regalado su equipo, hoy mismo, un látigo, una metralleta de juguete y un gigantesco frasco de “Agua del Carmen”. Ibáñez Serrador abre el micro de estudio y dice: “Ruego al público que anime a los concursantes como si estuviese viendo una carrera de bólidos”. Y el público... como si oyese el sonido de la lluvia sobre los cristales.
“¿Qué pasa —dice Chicho— la gente está muerta, muerta..., quiero ambiente”. Y los “hacedores de ambiente” se dan a su tarea de iniciar el aplauso, el ¡ooooh! o el silbido cuando aparece la chica rubia con la señal de curvas peligrosas.
En una de las pausas los concursantes tratan de asegurarse del cómo y cuándo les serán entregados los regalos. “En cuanto a ustedes dejen el Estudio, en la oficina de «Un, dos, tres...»”, dice Kiko.
Se oye un diálogo de los concursantes, mientras se arreglan problemas de sonido y de luz. Él: “Pase lo que pase, tú sonríe, sonríe siempre”. Ella: “¿Y si perdemos el coche?”. Él: “Tú sonríe”.
Al angelito se le olvida el papel. Y a la “vamp”. Y al contable con la la “caja de cambios”... Al guardia urbano, portador de la multa funesta, le tira el bigote y no se puede reír. Sufre mucho, el pobre.
Son las nueve y diez minutos. Una señora del público dice: “a ver cuándo vamos a terminar, porque tengo que freír las croquetas para la cena”.
A las nueve y veinticinco, ¡albricias!, los concursantes se hacen con el coche. A la señora se le hiela la sonrisa de la impresión y Chicho debe hacerle una terapia tranquilizante: “Sonría, como si fuese la mujer más feliz del mundo. Lo es, ¿no?, acaba usted de ganar un coche. El coche es suyo”. Por fin, la señora consigue sonreír un poco.
“¡Sintonía! ¡Sintonía!”. Por los pasillos, los concursantes y sus amigos se dan palmadas en la espalda. Una de las chicas anda quitándose el sombrero y la peluca. |
Relato escrito por Pilar Cambra para la revista “Blanco y Negro” (10 de febrero de 1973) |
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