Bibliografía Libros que han tratado el tema del «Un, dos, tres...» |
El 19 de marzo de este año “resucitó” el programa nuevamente con algunas variaciones: “don Estrecho”, “profesor Lápiz” y “don Rácano”; el atractivo del color y el no menos atractivo uniforme de las bellas azafatas, y significativas ausencias, como la del célebre “don Cicuta” (el querido Valentín Tornos), que falleció el pasado mes de septiembre.
En el programa participan varias parejas de concursantes, entre las que sale una vencedora, a la que se ofrece una amplia gama de posibilidades, con la peligrosa espada de Damocles que supone la calabaza, siempre sobre la cabeza de los nerviosos concursantes. El programa está hecho con un alarde de imaginación y logra el propósito de entretener a la audiencia, que se identifica fácilmente con los concursantes, a la vez que ofrece toda una gama de interesantes y valiosos premios para los vencedores, que van desde el siempre deseado automóvil a un viaje de placer por cualquier país exótico, un apartamento en la playa, etcétera.
El programa, que hizo famosas a sus azafatas de la primera época, y está haciendo superpopulares a las de esta segunda etapa, ha convertido a ese simpático vegetal llamado calabaza Ruperta en una auténtica y sofisticada celebridad”.
* Obsérvese la errata que comete el libro en la fecha de finalización de la primera etapa de «Un, dos, tres... responda otra vez», que la señala el 8 de febrero de 1974, cuando en realidad fue el 30 de abril de 1973.
“APAGA Y VÁMONOS (LA TELEVISIÓN: GUÍA DE SUPERVIVENCIA)” Joaquín Carbonell Ediciones B, 1992
“Como en tantas otras cosas, Chicho fue un pionero, un precursor que supo ver por dónde iban los aires de la modernidad en España. Además, de aligerar las faldas de las azafatas, le cabe a él el honor (sinceramente, creemos que sí) de crear el mejor concurso que nunca se vio en España: el «Un, dos, tres...».
Chicho puso en marcha un concurso nacido de su propia inspiración, modelo que luego fue comprado por varias televisiones europeas y americanas, y que puso de relieve que el coche era el gran sueño de los españoles. Nunca la SEAT vendió tantos automóviles, y todo eso en el año 1972.
De aquel espacio, récord de audiencias, hay que destacar la exacta proporción entre el gusto por el espectáculo y el morboso interés por conocer quién alcanzaría el gran sueño del coche: un concurso ingenuo, virgen aún, frente a la oferta dura que poco más tarde llegaría. El «Un, dos, tres...» ha muerto y resucitado varias veces (el “milagro” último es de septiembre de 1991, con una audiencia el primer día de 16 millones de espectadores: todo un récord)”.
Me parece que ya expuse mi controvertida visión del afable Chicho, pero no dudaré en repetirla por enésima vez: su magna creación concursística ha sido, asimismo, el cáncer que le ha ido arrastrando a una acomodaticia degeneración profesional y de ideas. Que conste que me parece cojonudo el vivir de rentas, ojalá pudiera hacerlo yo, sin embargo el asistir temporada tras temporada al entierro y exhumación de la vieja fórmula “tacañona” y ver que cada reencarnación es peor que la anterior, que la brújula e iba perdiendo en cada reaparición forzada... me llena de tristeza y de rabia. [...].
En el apartado de erotismo, esas secres, con falsas gafitas poperas, que igual cantaban que bailaban o se dejaban sobar sibilinamente por el presentador, fueron —excepto en las etapas más recientes— una considerable cantera de nuevos talentos, caso de Victoria Abril, Alejandra Grepi, Lydia Bosch y muchísimas otras jamonas de buen ver y mejor catar. Pero no me interesa centrarme en este espectro, pese a sentir la masculina debilidad de hacerlo, y prefiero refrescar la memoria colectiva convocando la pléyade de secundarios heavies que alegraron la proyección e esta saga sin igual. En la edición de 1976, “los Tacañones”, comandados por el irrepetible “don Cicuta” (Valentín Tornos), fueron el “profesor Lápiz”, “don Estrecho” y “don Rácano”, un triunvirato encarnado por gente tan adictiva como Pedro Sempson (la voz del mayordomo de «El príncipe de Bel Air»), Paco Cecilio y Juan Tamariz, pronto sustituido por el incomparable Blaki. El mago de la gran nariz, la alopecia y los piños desiguales fue regresando periódicamente al programa, siempre en plan de estrella invitada, en la parte de la subasta, alegrando al público y a los telespectadores con su choteo prestidigitador. [...].
Mayra Gómez Kemp comenzó en el megaconcurso estelar, realizando pequeñas intervenciones humorísticas en la parte final, llevando los optativos regalos sorpresa a la pareja clasificada. Se comportaba como una locuela integral, pasadísima de rosca. [...].
En 1982, Chicho rescata a Mayra del magnífico «Dabadabadá», permitiendo que fuera la presentadora oficial. Ayudándola en la conducción aparecieron, como por arte de magia basurera, luminarias indiscutibles de la infracultura autista: Beatriz Carvajal ataviada de pelucón, bolsito y tartamudeo conflictivo (algunos se quejaron del tic, considerándolo vejatorio) fue “la Loli”, putita de gran corazón y escasas luces; Raúl Sénder explotaba hasta la náusea lo de la gitana que te lee el porvenir y Bigote Arrocet exprimía su parecido cantinflero asediando a doña Mayra con el “piticlineo”, invención onomatopéyica de un chascarrillo absolutamente penoso.
La reencarnación de 1985 no tuvo nada que envidiar a las que le precedieron. Fedra Lorente atacaba las neuronas con su tetona “Bombi” repitiendo la cantinela del “¿Por qué será?” o del “¡Y eso duele!”. En materia de tetas, la pizpireta azafata/secretaria inglesa Naomi estaba bien dotada. El resto también: la yanqui Kim, Gloria, Nuria y Lydia Bosch, raudamente lanzada a menesteres de mayor enjundia, pero siempre tan guapa como el primer día.
Dos años más tarde, en 1987, el «Un, dos, tres...» se mudaba de la noche de los viernes a la de los lunes, con el cabreo y los resquemores de su artífice, y eso que la contraprogramación todavía era una entelequia. Siento ser de los que creemos que en este infausto año terminó el concurso. Fue su última temporada de calidad contrastada, de descubrimientos soberbios, de fichajes precisos y preciosos. La pareja elevada a la fama mediática fue la del “dúo Sacapuntas”. “El Pulga y el Linterna”, toreros de baja estofa y trapío, alborotaron el cotarro y la concurrencia con su retahíla de golpes, insultos, collejas y malos tratos físico-verbales. [...].
Respecto a las intentonas posteriores, quede expuesta mi airada protesta. Me cargaron Jordi Estadella y Miriam Díaz-Aroca pintarrajeada de payaso, no tragué al atormentado y amaneradísimo Ángel Garó, la desorbitada duración del programa (cerca de tres horas, ahora superadas por el parapléjico «Sorpresa, sorpresa»), la insoportable avalancha de publicidad directa, indirecta y subliminal... En suma, daban ganas de huir —y servidor huyó—. [...].
Se dice, se comenta, se rumorea que Chicho quiso —en la temporada con José María Bachs de anfitrión— volver a la sobriedad, devolver a su multimillonaria creación la dignidad, la marcha, de antaño... No sé los resultados. No vi ni uno siquiera de los espacios de esta etapa. [...]”.
“EL DARDO EN LA PALABRA” Fernando Lázaro Carreter Editorial Galaxia Gutenberg, 1998
“Metidos ya en días septembrinos, la pantalla ofreció, como alivio de la cena, un concurso en el cual se ofrecen a los participantes diversos objetos para que elijan uno; en todos hay una tarjetita que consigna un regalo. La gracia —auténtica— del juego consiste en que los concursantes prefieren a veces un objeto con tarjeta de regalo inútil, incluida una temida calabaza, habiendo desdeñado otros con premios sustanciosísimos. Confieso ver con regocijo esta diversión [...]”.
“Con apenas 15 años de vida desde su difusión a finales de los 50, el televisor era ya dueño y señor de los hogares españoles.
En 1972 se estrenó «Un, dos, tres... responda otra vez», uno de los programas de más éxito en los anales del medio. Creado por Chicho Ibáñez Serrador, y presentado en su primera etapa por Kiko Ledgard con la participación de bellas azafatas, bailarinas, cómicos y personajes tan peculiares con “don Cicuta”, el programa, que combinaba concurso y espectáculo, obtuvo un éxito sin precedentes y marcó un hito en Televisión Española. Se emitió, manteniendo su popularidad y en distintas etapas, durante veinte años”.
“HISTORIA VISUAL DEL SIGLO XX” Editorial El País Aguilar, 1999
“Este concurso, creado por Narciso Ibáñez Serrador en 1972, fue el programa más popular hasta la llegada de las cadenas privadas en 1990. Tres parejas de concursantes competían por el premio máximo: un coche. Muchas figuras famosas de la televisión y del cine españoles, como la actriz Victoria Abril, hicieron sus pinitos en «Un, dos, tres...»”.
“El día anterior a la grabación —cuenta Chicho Ibáñez Serrador— me dijo que no iba a grabar porque tenía un exceso de diarrea. Gracias a eso debutó en televisión Ángel Garó”. Pero a Chicho le dolió el desplante. El 13 de septiembre decía en Diez Minutos: “Estoy muy triste. Nunca pensé que entre los viejos cómicos pudiera suceder algo semejante —recordemos que Luis trabajó con él en varios programas de televisión en los sesenta—. No me lo esperaba, nos ha dejado cortados”. Cuando le preguntó el periodista si pensaba demandarle por incumplimiento de contrato, éste dijo: “No es mi estilo. Con dinero no se arregla la decepción que ha sufrido. Una pena”.
Jordi Estadella, que trabajó con Chicho Ibáñez Serrador para la nueva etapa del «Un, dos, tres…» en octubre de 1991, asegura que “Chicho estaba muy preocupado, entre otras cosas, porque todavía era muy fuerte el recuerdo de Kiko Ledgard, de Mayra Gómez Kemp…, y por primera vez tenía la competencia de las televisiones privada… Era tal el enervamiento que sentía que cuando yo ya había firmado el contrato y fuimos a comer me puso sobre la mesa el copresentar el programa con Miriam Díaz-Aroca. Buscaba cosas para no pegársela. En ese contexto pensó en contratar a Tip: su idea era que él apareciera con una sobrina (Anabel Alonso) vestida muy recatada, toda de negro y a quien Tip no le dejaba hablar en todo el sketch, recriminándole continuamente por ser demasiado provocativa, con cosas como ésta: “Pero, ¿cómo puede ser que le digas buenas tardes al taxista?...”. Chicho, que conocía muy bien a Luis Sánchez Polack, había escrito unos guiones a su medida utilizando el lenguaje particular y peculiar de Tip. Yo, que he visto los guiones, puedo decirte que eran una joya. Pero Chicho tenía miedo, así que sólo firmaba contratos para cuatro programas (fíjate, yo firmé esos contratos y estuve dos años).
Paralelamente a Luis le ofrecieron en Antena 3 un contrato de cuarenta programas para hacer «El flaco», mejorándole la oferta económica cuando el contrato con Chicho ya estaba firmado.
Cuando estalló la historia fui a Sixto a ver a Luis. Le dije a Chicho: “Estoy seguro de que Luis no lo sabe, déjame que hable con él”. Me fui a Lista y allí me encontré con Tip, quien me dijo: “Yo quiero mucho a Chicho, pero ¿cómo voy a hacer esto firmando sólo cuatro programas cuando aquí puedo firmar cuarenta?”.
“Creo que en esta ocasión —sigue diciendo Jordi Estadella— se
equivocó. Pero, a pesar de todo, creo que Tip es el ser con más
humanidad que he conocido, en el más amplio sentido de la palabra. No
sólo sabía respetar a los demás, sino que jamás ofendía [...]”.
“INFORME SOBRE LA TELEVISIÓN EN ESPAÑA” Lorenzo Díaz Ediciones Grupo Z, 1999
“Cuentan los teóricos del invento que antes de que llegara el final del monopolio (1989), más de 20 millones de españoles se quedaban embobados con «Un, dos, tres...», de Narciso Ibáñez Serrador. Su padre, habituado a trabajos serios de la criatura le echó la bronca cuando iba a hacer el concurso. Comienza la era del concurso con más éxito de la historia de nuestra televisión. En un panorama algo triste y sórdido destaca este concurso lleno de originalidad y frescura que además consigue venderse fuera”.
“LA CAJA DE LAS SORPRESAS” Ramón de España Editorial Planeta Visual, 2001
“Puede que desde la perspectiva actual, «Un, dos, tres... responda otra vez» resulte ingenuo y con un punto ñoño, pero no me parece a mí que todos esos concursos de los últimos años en los que todo parecía consistir en ver quién gritaba más y decía más obscenidades representen ningún avance positivo. El mundo del «Un, dos, tres...» era un mundo amable poblado por concursantes educados, azafatas minifalderas con grandes gafas y unos cenizos entrañables que, aunque cascarrabias, eran inofensivos.
El presentador original, el peruano Kiko Ledgard, era un charlatán simpático que sólo pretendía llenar un par de horas de programa con amenidad y buena fe. Tenía cara de indio y una familia inmensa. Llevaba dos relojes en cada muñeca y a las pesetas las llamaba “pesetos”. Mayra Gómez Kemp, una señora encantadora que heredó de Kiko el «Un, dos, tres...». En vez de intentar superar al estupendo presentador peruano, Mayra optó por ser ella misma y crear sensaciones agradables para los concursantes y para los espectadores. Sabía ser discreta sin incurrir en el aburrimiento, lo que no es poco mérito. Jordi Estadella estuvo muy digno al frente de «Un, dos, tres...» y consiguió convertir «El semáforo» en un hito de la televisión de y para freakes”.
“LA TELEVISIÓN CONTADA CON SENCILLEZ” Javier Pérez de Silva y Pedro Jiménez Hervás Editorial Maeva
“«Un, dos, tres...» se convertía en un programa de éxito histórico y en un impresionante trampolín para sus colaboradores. Ya podía Chicho figurar orgulloso en los rótulos de crédito, porque en los primeros espacios no aparecía como responsable de un producto de entretenimiento pero que además era apto para toda la familia.
El sueño de los concursantes seguía siendo el mismo: huir de la calabaza Ruperta, a la que ponía voz el propio Chicho y llevarse el coche o el apartamento, dos premios muy en sintonía con un país de entonces que empezaba a sucumbir a un boom automovilístico e inmobiliario al que no todos los españoles podían acceder fácilmente”.
“Pero el espacioso apartamento veraniego de «Un, dos, tres...» se ha convertido aquí [se refiere al programa «Trato hecho» de Antena 3 TV] en un pequeño estudio y el impresionante descapotable que exhibía gozoso Kiko Ledgard en un coqueto pero modestísimo Smart. «Trato hecho» también tiene su “calabaza”, que ahora lleva la imagen del conejo animado Lolo y se llama Tolao (...)”.
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