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Críticas (positivas y negativas) |
SÉPTIMA ETAPA (1991-1992)
No mucho entusiasmo despertó en algunos críticos la vuelta de «Un, dos, tres...» en 1991; un periodista que firmaba con el seudónimo de “Doctor Livingstone” tituló “«Un, dos, tres...» amenaza otra vez” el siguiente artículo:
Patético. Alguien debería parar este retroceso en la historia de un medio con tantas posibilidades como la televisión. Narciso Ibáñez Serrador no tiene la culpa. Es como la gallina de los huevos de oro: triste, ingenua, pero fértil. Al cabo de tanta privada; al año de tanta libertad de emisión... ¿lo más rentable sigue siendo la fórmula del «Un, dos, tres... responda otra vez»?
Ni siquiera se admite la evolución, principio fundamental del regreso. Vuelve doña Ruperta; vuelve la calabaza; vuelve Mayra Gómez Kemp [obsérvese que el artículo está escrito antes de conocerse que Mayra sería sustituida por Jordi Estadella y Miriam Díaz-Aroca]. Vuelve el “pan y circo” a la rejilla de la programación. [...].
Y lo peor , desde esta selva, es que esto ocurra en la pública. [...]. Una televisión con medios; con años de bagaje; con financiación pública, y no tiene otra alternativa para ser competitiva que la de la evasión blanda, el dinero como anzuelo y el coche como máxima aspiración y final de un juego que, con el tiempo, ha resultado adormecedor de todo punto. [...]. A TVE debería exigírsele, por lo menos, más imaginación, sentido del ridículo y algo de conciencia histórica.
En cambio, Chapete sí tuvo palabras de elogio tras el primer programa de la séptima etapa de «Un, dos, tres...»:
También realizó una critica positiva J. M. Baget Herms a los dos días del estreno de la séptima etapa:
«Un, dos, tres...» inició anteanoche una nueva etapa en su ya dilatada historia que con diversas intermitencias se prolonga desde hace casi veinte años, ya que el concurso comenzó sin fanfarrias en el mes de marzo de 1972. En aquella ocasión, Chicho ni siquiera apareció en los títulos de crédito, tal vez a la espera de la acogida que iba a tener una propuesta innovadora como aquélla en un contexto poco propicio a la frivolidad. Esta vez el regreso del viejo maestro después de su excursión por el mundo del sexo ha sido convenientemente aireado. TVE sabe que en cuanto a audiencia y patrocinadores, el éxito está asegurado.
No es superflua esta reaparición del carismático concurso por cuanto se produce en un momento en el que abundan, y hasta sobran, los concursos en televisión, casi todos ellos importados desde el exterior donde llevan ya también muchos años de discreta militancia (casos de «El precio justo» o “La ruleta de la fortuna» entre otros). «Un, dos, tres...», en cambio, es un producto óptimo para la audiencia propia y también se ha exportado a otras latitudes. Nunca está de más retomar un espacio creativo, ingenioso y familiar realizado con la mayor profesionalidad cuando tanto abundan los programas ligeros —no por ello menos serios— llenos de advenedizos.
La nueva etapa retorna sus elementos clásicos, aunque ahora “las Tacañonas” se han convertido —los tiempos mandan— en unas “yuppies” derrochadoras. Jordi Estadella ha tomado el relevo de Mayra y su debut fue especialmente prometedor: personaje bien conocido de la radio y la televisión catalana, Estadella ha salido indemne de los horrores de «No te rías que es peor» y aquí dispone de una ocasión inmejorable para confirmar su gran talento. El desenfado un punto alocado viene de Miriam Díaz-Aroca, en un papel adecuado a sus actuales posibilidades ya que ejerce de secretaria aventajadilla y puede conectar con el sector juvenil de la audiencia, siempre importante en el «Un, dos, tres...». Miriam y su personaje están aún por pulir, pero todo se andará: Chicho es un artesano en la materia.
A la semana siguiente Chapete volvió a hacer una crítica positiva del programa:
El que las “Tacañonas” se hayan transformado en “Derrochonas” no parece ser una mera cuestión de imagen. De hecho en el programa del viernes se repartieron un total de 36 millones de pesetas en premios, una cifra record en su historia.
La crítico Berta Singer escribía una semanas después del estreno de la séptima etapa de «Un, dos, tres...» lo siguiente:
En estas crónicas nunca le hemos regateado los elogios a Narciso Ibáñez Serrador, por parecernos uno de los más sólidos valores de la televisión española, al que le debemos inolvidables muestras de talento, chispa y arte. Nadie deja de ser inteligente o ingenioso de la noche a la mañana y, por tanto, todo lo que en otras ocasiones hemos dicho de Serrador continúa en pie.
No obstante, la nueva reposición del programa «Un, dos, tres...» plantea un problema, puesto que, en contra de las apariencias, quien al cabo de diecinueve años sigue explotando el filón de un programa que, por otra parte, no es lo mejor del mundo, parece acreditar una limitación demasiado estrecha de sus capacidades. Lo decimos porque un artista verdadero no tiene la misma madera que el resto de los mortales. Una de sus características se concreta en la constante búsqueda de fórmulas y horizontes [...].
Difícilmente podemos comprender cómo un hombre de talento (al que no le agobian problemas económicos) vuelve a hacer lo mismo que ha venido haciendo durante diecinueve años. Nosotros entenderíamos que Chicho Ibáñez hubiese dejado su «Un, dos, tres...» como herencia, para que lo realizaran otros, pero no repetirse hasta la saciedad con un programa que, a pesar de sus atractivos, acabará cansando al espectador, por muy favorables que sean sus predisposiciones. [...].
Sabemos que Berta Singer no pensaba realmente eso sobre el «Un, dos, tres...», porque años más tarde, en noviembre de 1994, al hilo de una crítica hacia Chicho por su papel en «Mis terrores favoritos», escribía sobre «Un, dos, tres...» lo siguiente:
Chicho se aferró al éxito fácil del programa «Un, dos, tres..», y, si bien es cierto que durante años hemos echado de menos otras pruebas más comprometidas, no es menos cierto que en el popularísimo concurso dejaba siempre la impronta de su sensibilidad y de su inteligencia.
Después del programa dedicado a la sexología (22 de noviembre de 1991) pudimos leer esta crítica:
Intentando desesperadamente mantener el nivel de audiencia, Chicho Ibáñez Serrador ha buscado lo mejor que pasara en anteriores ediciones del «Un, dos, tres...». Y así, hemos podido ver a una Irene Gutiérrez Caba en plenitud de forma que, enlutada de arriba a abajo, rememoraba las historias más frívolas desde una tarima de blancura inmaculada.
La intervención de Irene Gutiérrez Caba también fue aplaudida por J. M. Baget Herms, en uno de sus artículos:
«Un, dos, tres...» se ha encaramado de nuevo a los primeros lugares de los índices de audiencia y todo parece indicar que, si Chicho lo quiere, tenemos programa para rato. Un éxito que se prolonga durante casi veinte años —se cumplirán la próxima primavera, entre otros fastos del 92— no es frecuente en los anales de la televisión y menos aún en un formato como el de los concursos. Es cierto que «El precio justo» y «La ruleta de la fortuna» llevan también muchos años de permanencia en Estados Unidos, pero allí se emiten en unas franjas horarias de poca audiencia, mientras que «Un, dos, tres...» ha ocupado siempre un lugar estelar.
El secreto de su éxito hay que buscarlo sencillamente en un impecable planteamiento que combina el juego y un poquito de suspense, el espectáculo y las variedades sabiamente distribuidas a lo largo de más de dos horas de emisión. Y a este acierto hay que agregar la absoluta profesionalidad del equipo dirigido por Ibáñez Serrador, que cuida hasta el último detalle de la presentación y la puesta en escena. El espectador agradece esta entrega, que no es más que una muestra de respeto hacia la audiencia que se expresa asimismo en un humor frívolo, pero no grosero, que simboliza ese fulgurante descubrimiento llamado Ángel Garó, que se ha convertido en una figura del espectáculo.
En estos últimos espacios, Chicho ha recuperado a aquella memorable figura de la enérgica censora vestida de negro que incorporó Irene G. Caba en «Historias de la frivolidad» en el ya lejano, y por tantos conceptos “año de gracia” de 1968. Es posible que haya sido un ensayo con miras a su incorporación fija, ya que el personaje interpretado magistralmente por esta actriz sería sin duda un óptimo heredero directo de aquel no menos espléndido “don Cicuta”. Jordi Estadella se ha asentado ya como un sólido conductor, y de la sabia mano de Chicho la pizpireta Miriam Díaz Aroca está haciendo progresos estimables, aunque se sigue acordando demasiado de sus días de presentadora de «Cajón desastre». Es una cuestión de tiempo .
Juan José Millás compartió esta reflexión sobre los patrocinios después de ver el programa dedicado a Edgar Allan Poe (6 de diciembre de 1991):
¡Qué raras formas adopta la publicidad! El otro día, en el programa «Un, dos, tres...», la pareja concursante rechazaba uno de los premios fantasmas y el conductor del concurso revelaba a continuación su contenido: un lote de productos La Piara. Los concursantes saltaban de alegría por haberse librado de lo que parecía un horrible regalo, mientras el conductor del programa, tras dejar pasar unos segundos, añadía que aún había más: un cheque de 30 millones de pesetas. El gesto de alegría de los concursantes se transformó de súbito en una mueca de dolor acentuada por una sonrisa trágica que intentaba restar importancia a lo sucedido. Evidentemente, lamentaban la pérdida de los 30 millones, no la del lote de productos La Piara. ¿Es eso publicitar un producto? Imagino que esa pareja, que pasó de la alegría al infarto en cuestión de segundos, odiará el resto de sus días el paté, y todos los derivados del cerdo, especialmente los de aquella marca que estuvo a punto de sumir en la locura ante la mirada de media España.
Al final del concurso se produjo la misma situación, sólo que al revés. Era el último regalo, aquél con el que tenían que irse a la calle. El conductor del programa reveló su contenido: un maravilloso lote de turrones El Almendro, que, como siempre, vuelven a casa por Navidad. La pareja concursante, que ya no dominaba el movimiento de sus músculos faciales, ensayó una sonrisa decepcionada. Pasar tantas calamidades para eso, para llevarse un lote de turrón. ¡Qué vida! En esto, el conductor continuó leyendo; había algo más: en este caso, un apartamento. La pareja volvió a dar saltos de alegría. Tenían que cargar con el turrón, pero les daban un apartamento a cambio de tal sacrificio.
¿Será esto publicidad? ¿Será patrocinio? ¿Publicinio quizá?
En su tradicional resumen anual para la revista TP, Baget Herms escribió a finales de diciembre de 1991 lo siguiente:
Hemos tenido juegos y concursos para parar un tren y para todos los gustos. En algunos de ellos sólo se necesita a la suerte como aliada, otros requieren de cultura general y la mayoría tratan de armonizar los dos conceptos. Hubo una reaparición espectacular («Un, dos, tres...», ¿cuál si no?) [...].
Y en ese mismo articulo en el que analizaba “lo mejor y lo peor del año”, bajo el subtítulo de “Los fenómenos del año”, incluía a Jordi Estadellla:
[...] Jordi Estadella (que pasó, felizmente para él, de «No te rías que es peor» a «Un, dos, tres...») [...].
Como buen crítico, Luis Apostua escribió un artículo después del programa dedicado a los periódicos (17 de enero de 1992), en el que arremete contra los estudiantes de Periodismo, pero alaba la labor de Ibáñez Serrador:
Voy a cumplir uno de los grandes ritos de la profesión periodística, consistente en hablar mal de los periodistas; creo recordar que es Tico Medina el autor de la frase según la cual el último antropófago de España somos los periodistas porque sólo nosotros comemos a nuestros semejantes. La malvada idea me vino a la cabeza al ver el muy escaso nivel cultural de los muchachos participantes, oficialmente alumnos de tercero de la carrera de Ciencias de la Información. En una reacción de egoísmo, la cosa me tranquilizó como viejo perro porque me ha dado la esperanza de que éstos no me van a quitar el empleo.
La cara de la moneda viene constituida por la gentileza de Chicho Ibáñez Serrador de dedicarnos ese programa. Hace unos años, bajo la batuta de Mayra Gómez Kemp, se dedicó otro específicamente a la Asociación de la Prensa de Madrid, que cumplía sus primeros noventa años de servicio. Tengo para mí la idea de que Chicho no es un artista de la creación, sino un intérprete de la sociedad. Él nos ve como somos; ésa es la primera regla del buen periodismo.
El programa dedicado a la comedia musical (28 de febrero de 1992) también fue merecedor de un comentario positivo por parte de Chapete:
Definitivamente, lo de Chicho Ibáñez Serrador es un homenaje brillante y continuo al mundo del espectáculo. Nadie como él recrea la paz, casi mística, que flota en un camerino vacío o inventa el suspense tras una lata de foie-gras. Todo arranca del mismísimo music-hall.
Si en la década de los 80 un crítico había considerado una descortesía que desde «Un, dos, tres...» se fomentaran destinos turísticos en el extranjero, a Chapete le pareció extraordinariamente bien que el programa sirviera de escaparate para las Islas Canarias en el antepenúltimo programa:
En plena singladura por el 92, Ibáñez Serrador también arrima el hombro al esfuerzo nacional y aporta su grano de arena en forma de promoción turística. Con un alarde de imaginación, el programa dedicado a Canarias conseguía evitar las tópicas postales de agencia para ofrecer una imagen auténtica en donde hasta los plátanos tenían premio.
El final de la séptima etapa, con la celebración del veinte aniversario de «Un, dos, tres...», provocó el comentario de la crítica; por ejemplo, Luis Apostua escribió:
Tengo mis dudas si el programa de Chicho 91-92 ha sido el vigésimo o el veinteavo. Por vigésimo, como ordinal, debemos entender que han existido veinte programas. Por veinteavo, como partitivo, debemos entender que se ha proyectado en veinte plazos, trozos o partes. Personalmente, me inclino más por este último concepto como descriptivo del fenómeno sociológico representado por el «Un, dos, tres...».
En efecto, lo dominante es la unidad; esa unidad la definía ayer mismo su autor como “un divertido juguete” que ha servido a dos generaciones de españoles que conservan en sus referencias infantiles los programas de Chicho como parte de su propia educación. Esa unidad resplandece también en el hecho de haber cultivado unos mismos valores humanos y educacionales. Por último, la perfección técnica es impresionante. La prueba del gran artista es hacer bien y muy bien lo rutinario; un momento de genialidad está al alcance de cualquiera, pero no durante veinte años.
Modestamente, yo he estado dos veces bajo la presentación de Mayra Gómez Kemp. Lo digo para dar fe de cuánto trabajo está enlatado en el vídeo de cada noche. Conviene decir esto porque a veces tenemos la tentación de creer que el éxito es un regalo.
OCTAVA ETAPA (1992-1993)
La vuelta del «Un, dos, tres...» fue recibida con alborozo en octubre de 1992:
Al borde de la crisis total, TVE intenta reverdecer una imagen devaluada reponiendo sus momentos gloriosos. Y ningún otro espacio como el «Un, dos, tres...», incombustible al paso de los años, marca la edad dorada del Ente. Un punto de referencia creativa dentro de una etapa de imprescindible ahorro.
J. M. Baget Herms le puso un 8,5 de nota al estreno de la octava etapa, destacando, sobretodo, el diálogo de Chicho con “don Mariano” al comienzo del programa:
Chicho Ibáñez Serrador, que sabe más por viejo que por diablo, se encargó de presentarnos su “ocho y medio” de «Un, dos, tres...» que después de veinte años de emisión intermitente ha regresado a la programación en su franja ideal para la familia, la noche del viernes.
En su diálogo con el escéptico perro hablador “don Mariano”, uno de sus grandes hallazgos de la pasada edición, Chicho se adelantó a las posibles críticas de inmovilismo y puso en boca de su antagonista todos los reparos, relativos, que podían hacerse a su criatura y aprovechó la oportunidad para meterse con la competencia con malévola ironía.
En realidad, el prólogo de «Un, dos, tres...» fue lo mejor del programa, donde Miriam Díaz-Aroca nos ametralló con su verborrea de gritos y toques de silbato, mientras que Jordi Estadella aportaba la imagen relajada y bonachona que corresponde a su físico. El gastado tema genérico de los concursos en televisión —puesto ya en picota por “don Mariano” en la introducción— permitió que la mayoría de los presentadores de “la casa” lucieran sus habilidades.
A Chicho le será difícil encontrar otro Ángel Garó, aunque “Académica Palanca” mostró ciertas posibilidades de éxito en su debut, y Fedra Lorente tratará de hacer olvidar a “la Bombi” con un personaje de connotaciones muy parecidas y algún estribillo que acabará fatalmente por ponerse de moda.
Los concursantes, en fin, volvieron a quedarse “en blanco” ante las cámaras dentro de la mejor tradición del programa, a la hora de contestar las preguntas más sencillas.
«Un, dos, tres...» es hoy un fenomenal vehículo publicitario para TVE, ya que hay patrocinadores para todas y cada una de sus secciones y ello explicaría esas tres horas y media de duración que tuvo el estreno. Esa es la mejor garantía de continuidad para un espectáculo sabiamente orquestado que funciona como una maquinaria bien engrasada. El hipocondríaco Chicho puede dormir tranquilo: si él lo quiere, hay programa y Rupertas para rato.
La cuestión del erotismo en televisión siempre suele ser controvertida, pero la crítica alabó el enfoque el «Un, dos, tres...» hizo del tema en el programa del 6 de noviembre de 1992:
Sólo Chicho Ibáñez Serrador podía hacer un espectáculo dedicado al erotismo con la clase y el buen gusto necesarios para escandalizar con sabiduría y sólo lo justo. Esperemos que el primer especial en veinte años de «Un, dos, tres...» también pase a la historia de la perversión.
El programa dedicado al mundo del disco (18 de diciembre de 1992) recibió esta crítica:
Chicho Ibáñez Serrador vistió a sus chicas de roto y cremallera, buscó las expresiones más “heavys” y al final casi consigue ambientazo de macroconcierto. Pero es que el «Un, dos, tres...» tiene ya muchas tablas para que alguna idea decorativa les salga rana, y eso sin contar con la impecable profesionalidad del tándem Estadella-Díaz Aroca.
El original programa de Navidad de la octava etapa también gustó a la crítica:
Encendimos el televisor y no pudimos contener un suave grito de terror enjarzado en deliciosa infancia perdida. Jordi Estadella y Miriam Díaz-Aroca profesaron de cálidos vampiros amantes de los niños. Por una vez, el miedo se convirtió en fresca sonrisa candorosa con sabor a niñez.
Tras la emisión del programa dedicado a los saldos y las rebajas (8 de enero de 1993) pudimos leer la siguiente crítica:
En lo más brillante de la cresta coyuntural, Chicho Ibáñez Serrador se lanzó sobre las rebajas como cualquier maruja de a pie, y hasta llevó a sus concursantes a matarse por una camisa. Sin embargo, no rebajó ni una peseta en premios y el público conectó perfectamente con la proyección de sus propias experiencias vistas desde la barrera.
Los programas dedicados a Tailandia gozaron, como suele decirse, de éxito de público y crítica:
Chicho Ibáñez Serrador y su equipo dieron pistas el viernes de cómo mantener el nivel de audiencia arriesgando. Si los fáciles laureles preparados para el sueño crecen por todos lados, ellos fueron hasta Tailandia a buscar hojas verdes con las que renovar el aire del programa. Oxígeno en barra para un vivero abierto a lo original.
A raíz del programa dedicado a los musicales (12 de marzo de 1993), Chapete escribió lo siguiente:
Una de las vocaciones de «Un, dos, tres...» ha sido la comedia musical. Los grandes números han intervenido en todas sus etapas, cuando estaban de moda y cuando nadie recurría a ellos; pero siempre con unas puestas en escena aún no superadas en televisión. Así que, más que homenajear al género, «Un, dos, tres...» se miró en el espejo.
El programa dedicado a las “variettés” (26 de marzo de 1993), también recibió una crítica positiva:
«Un, dos, tres...» intentó probar suerte con el público adulto. Volcado a la audiencia más juvenil en esta etapa, la emisión de un programa dedicado a las “variettés” sirvió para hacer las paces con los que están algo mayores para hacer el ganso con un disfraz y que, sin embargo, aún tienen vitalidad para divertirse con el juguete de Ibáñez Serrador.
El último programa de la octava etapa generó desasosiego entre la crítica, que comentaba que el espectador echaría de menos este fabuloso espectáculo que es «Un, dos, tres...»:
“Sólo nos falta la arena del mar”, decía Jordi Estadella en medio del decorado que Chicho B. de Mille preparó para la octava despedida de su invento. “Sólo nos falta «Un, dos, tres...»”, dirá más de un espectador cuando el viernes que viene consulte la programación, porque va a dejar algo más que un hueco de dos horas y media.
Pero el hecho del triunfo de «Un, dos, tres...» en esta octava etapa también sirvió para recriminar a Narciso Ibáñez Serrador que no se dedique a otras facetas como el cine o el teatro:
Por el día de ayer hay que percatarse que existe un señor, Su Excelencia don Felipe González, que compite con el autor de este programa en durar en el primer plano de la primera pantalla. Una cuarta investidura como Presidente del Gobierno equivale al récord que hoy tiene Narciso Ibáñez Serrador como director o intérprete de programas televisivos. [...].
Pero la verdad es que Chicho está tan ocupado que no deja trabajar a don Narciso. Don Narciso es un buen autor teatral y un ágil director de cine; leva ya años sin hacer nada de ello porque la pequeña pantalla absorbe sus ideas, su tiempo y quizá su ambición. Creo que le debemos recordar algo más que su televisión.
Lo que pasa es que la facilidad de Chicho para crear ambientes y programas es fabulosa. Por ejemplo, hoy todo el mundo adora a Telecinco por el “estilo Lazarov”, pero la verdad es que Chicho ha sido un adelantado, con años de ventaja, en ese estilo de muslámenes y teteras como banderín del enganche del espectador. Ha sido también un adelantado en el “bocadillo” como humorista para relajar el argumento o el gran cantante para rematar una noche. Es el peligro de la facilidad creadora. Don Narciso, recuerdo que nos debe algo.
NOVENA ETAPA (1993-1994)
El mismo crítico que escribió que los espectadores echarían de menos «Un, dos, tres...» durante las vacaciones, se alegró por la vuelta del programa en noviembre de 1993:
Quizás porque la televisión se ha convertido en algo muy distinto al inocente medio que vio nacer a «Un, dos, tres...», Chicho presentó, y despidió a la vez, la nueva etapa de su concurso. Dice que se va para siempre, lo cual no es nuevo, pero, por si acaso, el público debe felicitarse por la momentánea permanencia de una ejemplar forma de entretenimiento cuyas virtudes se aprecian, debido a la vulgaridad que le rodea, cada día mejor.
A la segunda semana del estreno de la novena etapa de «Un, dos, tres...», Luis Apostua celebró el giro hacia lo blanco que había dado el programa:
J. M. Baget Herms escribió, bajo el título “Lo viejo con sabor a nuevo”, está crítica después de ver las dos primeras emisiones de la novena etapa:
La nueva temporada de «Un, dos, tres....», el más veterano de los programas de TVE ya que se estrenó hace 21 años, se ha iniciado bajo el signo de un retorno a sus orígenes que constituye por tanto su mayor singularidad. “Chicho” Ibáñez Serrador ha recuperado para ello la figura del presentador único con Josep M. Bachs, que aporta al programa su estilo propio y unos toques de humor surreal que lo convierten, en cierta manera, en coautor y en el “alter ego” ante la cámara de su omnipresente director.
Uno y otro se han esforzado por acentuar esa apuesta por un humor relativamente limpio y familiar —nadie es perfecto y todavía hay detalles de dudoso gusto— que contrasta provocativamente con la mayoría de los descerebrados espacios de esas características que hoy transitan por la pantalla. En su edición del pasado viernes, la segunda de este ciclo, se evidenciaron ya con más claridad las claves de esta nueva etapa donde al parecer hay menos patrocinadores, unos regalos menos fastuosos y hasta una menor duración que permite dotar de más ritmo y de un engarce más ajustado a los materiales de que se compone el espectáculo.
La subasta final, no obstante, sigue siendo un carrusel de “gags” (muy bueno el de los personajes del museo del Prado con paraguas para protegerse de las famosas goteras) y de unos números musicales de desigual calidad que dejan en segundo plano a los concursantes, auténticas víctimas propiciatorias, lo mismo que el público, de las bromas y hasta de las gamberradas a que son sometidos por parte de los artistas.
De todo hay en la viña del Señor y algunos tienen más gracia que otros (destacan el vendedor y el entrañable abuelo de “Filiprim”) y las secretarias lucen aquellas famosas gafas de sus predecesoras, alguna de las cuales llegó a la celebridad (y aquí siempre se acaba por citar a Victoria Abril). Las de ahora lucían muy bien sus livianas prendas de hace un millón de años para “ambientar” el programa sobre Altamira. “Chicho” siempre supo encontrar buenos pretextos para desvestir a sus secretarias.
El buen trabajo de equipo no pasaba desapercibido para los críticos, que destacaban el trabajo, por ejemplo, de los decoradores; esto pudimos leer tras la emisión del programa dedicado a Verne (3 de diciembre de 1993):
El regreso de «Un, dos, tres...» ha devuelto a la audiencia la oportunidad de divertirse con un elemento por lo general descuidado y vulgarizado: los decorados. Sin recurrir a la estridencia ni al autoplagio, la constante superación del equipo del programa ha convertido lo que son objetos inanimados en espectáculo con vida propia.
La incorporación de monólogos escritos por literatos de prestigio e interpretados por actores de primera categoría también fue destacado por los críticos de televisión:
Cantando nanas a un pirata y capitaneando una batalla naval contra los turcos, Amparo Baró interpretó magistralmente en «Un, dos, tres...» una breve pieza de Jaime de Armiñán. A los sainetes clásicos de «Encantada de la vida» se han sumado, en buena hora, estas breves creaciones para revitalizar poco a poco el género dramático en televisión.
La vuelta de Paloma Hurtado a «Un, dos, tres...» también fue muy aplaudida por la crítica:
Una vez recuperada, Paloma Hurtado ha vuelto a «Un, dos, tres...» para interpretar su papel de “tacañona”. Sin olvidar a “don Cicuta”, las Hurtado se han convertido en componente clásico de un programa que cambia cada temporada y, sin embargo, sabe conservar lo bueno.
Tras el “gran boom” la crítica hizo balance de lo que significó «Un, dos, tres...» para la televisión:
Ibáñez Serrador ha dinamitado el decorado de su temporada número veintidós con este concurso.
Imagino que no ha dinamitado los puentes para volver a La Primera, porque de su fantástica carrera televisiva se puede esperar todo. Lo curioso es que también hay que exigirle todo. Me explicaré. “Casi” está olvidado que Ibáñez hace buen cine —ese de los aguijones del crimen y el misterio— y también ha hecho buenas comedias teatrales. He leído en algún lado que tiene el vago propósito de hacer cine o alguna otra cosa para la pequeña pantalla sirviéndose de esa ductilidad que tiene. Pero le rogamos que no descanse; el descanso oxida.
Otra cosa a tener en cuenta es que ha habido momentos de programación de las cadenas en que el único baluarte de una televisión de éxito, pero aceptable para el nivel de la familia española, era el «Un, dos, tres...», incluida la dosis de erotismo. Contra la telebasura no se lucha con moralinas o ligas pro decencia, sino con el talento creativo capaz de hacer buenos espectáculos. Los dos últimos años ya han sido distintos y todas las cadenas han programado sainetes y comedias de humor y humanidad. Pero en algunos momentos la línea defensiva era un ejército de un solo soldado, Chicho. Por consiguiente, creo que el público —también los gerentes y los productores— le va a pedir que vuelva. Rápido. |
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