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Críticas (positivas y negativas) |
DÉCIMA ETAPA (2004)
El estreno de «Un, dos, tres... ¡a leer esta vez!» provocó división de opiniones entre los críticos. Por ejemplo, Chapete lo consideró un acierto:
Lo mejor de este recomendable «Un, dos, tres...» del siglo XXI es que permanece fiel al clásico. Además, la elección del presentador es a primera vista muy acertada, prueba de que Ibáñez Serrador mantiene intacto su ingenio bestial para descubrir Nurias Rocas. [...].
Por cierto, sigue apareciendo esa orgía de esculturales azafatas guapas y sonrientes. Llevan todavía las gafas redondas (qué nostalgia), las minifaldas, los escotes de siempre. Pero la gran diferencia, intelectualidad aparte, es que en aquellos primeros setenta, las carnes jóvenes de las chicas eran osadas y revolucionarias, eran una pica en Flandes; hoy son el decorado modosito del programa blanco por excelencia. Este «Un, dos, tres...» es la antítesis de los grandes hermanos, del morbo, del cotilleo... Curiosamente, una revista del corazón patrocina parte de este magnífico y esperado estreno.
En el mismo sentido se manifestaba Manuel Martín Ferrand:
Si bien se mira, el «Un, dos, tres... ¡a leer esta vez!» que el viernes resucitó TVE no es más que un gigantesco spot publicitario de más de tres horas de duración. Algo, en principio, impropio de una televisión de Estado. Y, sin embargo, el programa constituye un gran éxito de audiencia y redime a la más deficitaria de las televisiones públicas de muchas de las miserias que anidan en la parrilla de su programación.
Se trata de un formato, con su calabaza y sus azafatas de siempre, con treinta años de vigencia, que, sin grandes modificaciones sobre su diseño inicial y un presentador eficaz, no huele a naftalina y es capaz de vestir de gran espectáculo la acostumbrada intervención de un prestidigitador, como Tamariz, o de aportar vis cómica a humoristas que, fuera de este especial, sólo lo son bajo palabra de honor. ¿Dónde está el secreto?
Está, sin duda, en Narciso Ibáñez Serrador, que, avanzado sesentón, sigue siendo capaz de demostrar que el talento y la profesionalidad son la madre del cordero audiovisual. Frente a una televisión “joven”, rutinaria, improvisadora y de mal gusto, con los mimbres al uso, Narciso Ibáñez Serrador es capaz de, a golpes de guión, construir un cesto lúdico y triunfante. No es una vieja fórmula, sino el perenne valor de un oficio que no conocen muchos de quienes lo practican.
A José Javier Esparza también le gustó el primer programa de «Un, dos, tres... ¡a leer esta vez!»:
Ya ha vuelto «Un, dos, tres...» con la precisión de que, esta vez, lo que hay que hacer es leer antes de responder. Se trata, en efecto, de un retorno pensado deliberadamente para contribuir a aumentar el gusto de los españoles por la lectura, tal y como nos explicó Chicho Ibáñez Serrador en el prólogo del programa. Sólo un objetivo de este carácter podía justificar un retorno tan intempestivo. Porque «Un, dos, tres...» es, por definición, la protohistoria de la tele. Y, sin embargo, hay que reconocer que el formato sigue funcionando, que uno permanece pegado a la pantalla, aunque sea demasiado largo.
Para conducir esta resurrección Chicho ha elegido a Luis Roderas. La primera impresión que este hombre transmite es algo fría, pero bastan pocos minutos para que el espectador se acostumbre a su rostro anguloso. El estreno permite confirmar que se trata de una buena elección. Lo mismo hay que decir de las secretarias, en cuyo trabajo no se advirtió más desliz que algún comentario “por lo bajini” delatado por las cámaras. Algo menos hilvanado parece el papel de los malos; pero tal vez el guión les ha otorgado poco protagonismo.
Por otra parte, el clásico sistema de preguntas sobre conocimientos elementales nos reveló la ignorancia oceánica de los concursantes, incapaces, por ejemplo, de decir más de dos autores que hayan escrito en francés o italiano. Eso sí, se habían aprendido el libro de esta semana, “Las mil y una noches”, con la exactitud voluntariosa de quien memoriza apuntes de clase. Elocuente.
Junto a esto, «Un, dos, tres...» ofreció momentos desternillantes como el de ese concursante telefónico que parecía incapaz de decir “anónimo”, y también vimos un número extraordinario de Juan Tamariz. [...].
Víctor-M. Amela también alabó el primer programa de «Un, dos, tres... ¡a leer esta vez!»:
Chicho Ibáñez Serrador no se ha roto los cascos. Apegado al principio de “si algo funciona, ¿para qué cambiarlo?”, ha hecho en el nuevo «Un, dos, tres...» el «Un, dos, tres...» de toda la vida: todo es igual, excepto nosotros. O quizá también nosotros: vimos el programa el 40 % de los telespectadores del viernes noche (¡casi siete millones de personas!).
El caso es que esta etapa del «Un, dos, tres...», con su actual coletilla de “¡a leer esta vez!”, tenía amedrentado a mucho personal, temeroso de que el veterano concurso se convirtiese ahora en un plomazo literario tipo Alonso Guerrero. ¡No cunda el pánico!: diligente, Chicho se asomó a la pantalla justo antes del estreno para serenar ánimos: “Va a ser el «Un, dos, tres...» de siempre”, adelantó, y explicó que sólo “más adelante”, y “muy poquito a poco”, irían “colándose” aquí y allá algunas homeopáticas dosis librescas, de modo que “no se notase”... ¡Ante tanta prevención y cautelas, creí que Chicho aludía, en vez de a los libros, a alguna terrible droga ilegal! Ya el viejo «Un, dos, tres...» planteaba una excusa temática en cada entrega: tal excusa la brinda ahora alguna obra literaria, anteanoche “Las mil y una noches”. Es una excusa sólo decorativa, ideal para servir un ballet con huríes en un zoco arábigo (y eso vimos). Los tersos muslos de bailarinas y azafatas, y las preguntitas y pruebas, y los chistecillos facilones –servido todo con el infantilismo habitual– atrajo hacia TVE1 a las masas, envueltas en su propia nostalgia, ungiendo así al «Un, dos, tres...» con el aceite de la inmortalidad. Este programa nunca muere, es un programa zombie: vive cuando lo creíamos muerto. ¿Qué marco mejor para acoger a Santiago Segura vendiendo “Una de zombies”, su última película? Y ahí tuvimos al magnate del actual cine-chicle español, claro que sí.
Un mozo maño, Luis Roderas –¡nacido el mismo año en que se estrenaba el «Un, dos, tres...» con Kiko Ledgard!–, es hoy el presentador del «Un, dos, tres...» de la era euro. Y, por lo que he visto, nació para esto: será pronto el nuevo Ramón García de TVE.
En cambio, Jesús Lillo tituló su crítica “Calabazas”, y decía:
“Estamos preparando el programa del año”, dice el locutor que anuncia el estreno, previsto para mañana, de «Un, dos, tres...». Pero, ¿de qué año habla el buen hombre? [...].
Lo peor que le puede suceder a la tele es que a estas alturas vuelva a triunfar «Un, dos, tres...». Si después de tres décadas hay que recurrir a la Ruperta para distraer al público es que algo muy grande y muy malo está pasando. [...].
Sergi Pamies tampoco hizo una crítica positiva del primer programa, aunque sí alabó la eficacia de Luis Roderas:
Entre las muchas muestras de benevolencia humana está la de haber convertido a «Un, dos, tres... responda otra vez» en referente de la calidad televisiva y a Chicho Ibáñez Serrador en mesías del buen gusto. En los últimos años se ha generado una corriente de simpatía reverencial hacia este programa, puede que porque la distancia modifica la percepción de las cosas o porque nadie creía que el concurso volvería. Pero ha vuelto: con sus azafatas y sus horrendas gafas y los elementos que lo han convertido en un clásico tan respetable como anticuado. Sumergirse en esas tres horas de televisión equivale a visitar una excavación que nos proporciona reveladores datos sobre nuestra teleprehistoria. Poco antes del estreno, el mismo Ibáñez Serrador daba muestras de honestidad e inteligencia declarando que el programa no estará listo hasta la tercera entrega y que al primero le sobraban media hora y algunas cosillas.
La audiencia obtenida (6.800.000 espectadores de media) le permitirá limar defectos con la tranquilidad necesaria, aunque me temo que sobra bastante más que media hora. Hay que decir que Ruperta y compañía han vuelto para llevar a la pantalla la buena nueva del placer de leer. Cuidado: del mismo modo que algunos futbolágicos acabaron aborreciendo el fútbol a causa de saturación de retransmisiones, de tanto fomentar la lectura puede que acabemos equiparando los libros con la televisión y usándolos como coartada para maquillar abusos publicitarios.
La prueba de que una idea culturalmente correcta tiene su peligro es que la pareja finalista demostró que le bastaba leer “Las mil y una noches” y no tener ni idea de nada más para salir adelante. Se fomenta, pues, la lectura de un libro, que da contenido a esta superproducción. Cuando mejor funciona es cuando recurre a genios como el mago Tamariz, al proustiano “hasta aquí puedo leer” o a la rueda de preguntas. Los humoristas, en cambio, no deslumbraron como hiciera en su día Ángel Garó. En cuanto a si «Un, dos, tres... ¡a leer esta vez!» representa el inicio de una cruzada contra el mal gusto, se queda en mal menor comparado con otros formatos más chabacanos.
Queda por comentar la labor de Luis Roderas. Dio muestras de una gran eficacia, convicción y una irónica flexibilidad con los concursantes, pese a no contar con el físico de guaperas normativo. Pertenece, eso sí, a la secta de los fuerteaplaudistas, presentadores que no paran de pedir fuertes aplausos. A veces, es una manera de premiar un detalle que podría pasar inadvertido o de engrasar el tempo del programa. Otras veces sustituye al aplauso auténtico.
Jesús Martín criticó la traducción a pesetas de la cantidad ganada por los concursantes:
Como si del Ave Fénix se tratara ha vuelto a las pantallas «Un, dos, tres... ¡a leer esta vez!», la enésima reposición del más popular de los concursos televisivos para mayor gloria de Chicho Ibáñez Serrador.
Nada parece haber cambiado en su puesta en escena. Pero hay algo que me ha llamado poderosamente la atención. Tras las correspondientes demostraciones de sabiduría de los concursantes, una azafata canta sus proezas con una mítica frase que aún algunos recordamos en labios de Victoria Abril: “han sido seis respuestas acertadas, que a 2’20 euros hacen un total de 13’20”. Hasta ahí, todo bien. Lo que no parece normal es que una segunda azafata apostille: “lo que en pesetas equivale a 2.196”.
[...]. Casi dos años después de que el euro pasase a ser la única moneda oficial del país, los españoles siguen sin acostumbrarse a ella. Y eso no es bueno. [...]. No entiendo cómo [...] un concurso con audiencias récord resucita una moneda que, queramos o no, ha dejado de existir, aunque aún queden entre los rincones de nuestros hogares alrededor de 300.000 millones de pesetas (esta vez sí) sin cambiar.
Luis Roderas convenció a la crítica, como lo demuestra este artículo de Chapete:
Como pasa con los buenos reservas, que después de abrirlos hay que dejar un rato que se oxigenen, el nuevo «Un, dos, tres...» ha ido cogiendo oxígeno con el paso de los programas. El viernes asistimos a la tercera entrega, y ya todo funcionaba a la perfección. Luis Roderas está demostrando con creces que se merecía la confianza que Chicho ha puesto en él. El chico lía a los participantes y controla perfectamente el ritmo de tan exigente concurso.
La subasta, como es tradición, es la parte del programa que resulta más espectacular. La de esta semana estaba dedicada a recrear, a su manera, el universo del “Sandokán” de Emilio Salgari. Mientras las dos chicas que llegaron hasta ahí se devanaban los sesos para ir eliminando los premios, desfiló ante ellas toda la nómina de humoristas que da la sal al programa. Antonio Ozores, el rubio de “Cruz y Raya”, Teté Delgado, el sorprendente Víctor Sandoval... En fin, purito «Un, dos, tres...».
José Javier Esparza escribió acerca de la supresión de los personajes de “Tati y Quieti”:
Buena parte de la atención televisiva de viernes estaba puesta en cómo iba a resolver «Un, dos, tres...» la denominada “querella de los enanos” después de que la denuncia de una asociación de familiares de acondroplásicos haya forzado la retirada de un gag juzgado como vejatorio para quienes sufren este problema.
La forma en que «Un, dos, tres...» abordó el asunto terminó siendo una solución a medias: Roderas dijo que “Tati y Quieti” no aparecerían esta semana por razones que no venía al caso explicar y el público saludó esas palabras con una formidable ovación. ¿A quién aplaudían? ¿A “Tati y Quieti”, privados de su trabajo? ¿A la asociación denunciante (Alpe), que ha roto una lanza a favor de la dignidad de un respetable sector que no merece desprecio por el hecho de sufrir una enfermedad? ¿A Roderas? ¿A Chicho, respaldado allí por el público? Imposible saberlo.
En la grabación de esta edición de «Un, dos, tres...», que fue el pasado martes, tenía yo un espía camuflado entre el público. Me contó lo que pasó más allá de lo que recogieron las cámaras: el público fue avisado de que Roderas iba a hablar del enojoso asunto y se les indicó que, después, hicieran lo que quisieran, aplaudir o callar, permanecer en los asientos o salir en multitudinaria manifestación. Es una neutralidad que honra a los gestores de «Un, dos, tres...». Pero el público hizo lo que suele hacer en todos los casos: aplaudir, que al fin y al cabo para eso está ahí, ¿no?
Después de hablar con mi espía, que aplaudió como todos, yo he sacado algunas conclusiones; singularmente, que la gente aplaudía a la vez a “Tati y Quieti”, a Alpe, a Roderas, a Chicho y a quien se le ponga por delante, porque todo el mundo entiende que “Tati y Quieti” han de trabajar en lo que puedan y quieran, todo el mundo entiende que Alpe se sienta herida y todo el mundo entiende que Chicho es buena persona y no es justo acusarle de crueldad gratuita. El problema, en efecto, es que todo eso es verdad al mismo tiempo, y por eso no es fácil tomar partido cuando surgen problemas tan espinosos. Al fina, lo que la gente quieres es que siga el espectáculo.
Otro crítico analizaba la pérdida paulatina de audiencia de «Un, dos, tres...» semana tras semana y apuntaba una causa posible:
Andan preocupados en Prado del Rey por la bajada escalonada de la audiencia del programa. O la gente no lee tanto como se esperaba o la gente no ve el clásico concurso. Pero en cinco semanas ha perdido tres millones de espectadores, que es una cifra muy respetable.
¿Ha fallado el presentador? No, creo. Todos están muy contentos con el papel del zaragozano Luis Roderas. ¿Qué pasa, pues? Se queja la gente de que la cosa es muy larga, tres horas, pero más largo es «Salsa rosa» y nadie tose, todos siguen frente al televisor. No, apuntemos a que los gags que adornan las entregas de pistas, los cómicos que intervienen quizás no están a la altura de los tiempos.
Chicho Ibáñez Serrador ha querido mantener el mismo espíritu un poco chusco, de sal muy gorda, de un humor demasiado ingenuo, que ya ni a los niños engancha. Así que tendrá que pegar un golpe al timón de este barco que anda desorientado. O acabará todo en papel mojado...
Jesús Lillo, el crítico que lamentaba la resurrección de «Un, dos, tres...», escribía con fina ironía estas líneas semanas después del estreno de la última etapa:
La paulatina caída en picado de la audiencia de «Un, dos, tres...» —registrada de forma sostenida desde el estreno del programa hasta la pasada semana, en la que anotó un 20 por ciento de cuota de pantalla, la mitad de la que estableció en su debut— sitúa al veterano concurso de la emisora pública en el umbral de los espacios deficitarios para Televisión Española. Sin demasiado rigor, el arrollador regreso de «Un, dos, tres...» fue saludado hace poco más de un mes por una desquiciada y prematura traca de aplausos que festejó, con cierta ceguera, porque resulta bastante difícil ver qué hay detrás de siete millones de espectadores, los valores culturales de la viaje fórmula de los Estudios Buñuel y su capacidad para regenerar el medio televisivo con formas de entretenimiento ajenas a la timba rosa.
La discutible empresa de difundir obras maestras de la Literatura —sin que el público se diera cuenta, como advirtió Ibáñez Serrador— se ha quedado en un lamentable y chusco desfile, escaleras arriba y escaleras abajo, de humoristas subasteros, pero no todo está perdido. Como ya advertimos en su día, el gran hallazgo de «Un, dos, tres...» ha sido el localizar en la geografía española a los concursantes más iletrados que jamás hayan pisado el estudio de un concurso de conocimientos, con mención especial a aquel señor que celebraba ante las cámaras el hecho de no haber leído un libro en toda su vida. Con semejante material humano, la ronda de preguntas y respuestas que cada viernes abre el programa de la calabaza sigue siendo uno de los espacios de denuncia mejor concebidos y resueltos de las últimas temporadas, enésima obra maestra de un creador cuya producción ha estado marcada por la exploración del lado oscuro de la gente, sujeto pasivo de un humor negro y morboso que a estas alturas sigue sin encontrar rival en la pantalla. [...].
El tema de la caída paulatina de audiencia de «Un, dos, tres... ¡a leer esta vez!» también fue abordado por J. M. Baget Herms, que reconocía que Chicho no se rendía:
La sexta reencarnación de «Un, dos, tres...», ahora rebautizado como «Un, dos, tres... ¡a leer esta vez!», despertó grandes expectativas que se tradujeron en una audiencia de siete millones de espectadores en su noche de estreno. Desde entonces, ha ido bajando, hasta estabilizarse en torno a los tres millones. No es una mala cifra, pardiez, aunque su creador “Chicho” Ibáñez Serrador no se da por satisfecho y va efectuando cambios sobre la marcha para mejorar esos resultados, a la búsqueda de una síntesis entre clasicismo y modernidad para satisfacer a la parroquia de toda la vida y cautivar a las nuevas generaciones.
“Chicho” ha entendido que el carisma de un título o el reciclaje de los sutiles mecanismos de la nostalgia ya no son suficientes para atraer a una audiencia heterogénea: las fantásticas piernas de las secretarias ya no impresionan como en el lejano 1973, aunque siguen siendo muy respetables y confirman su legendario ojo clínico en la materia. Menos acertada, pero elogiable en su riesgo, ha sido su elección de un presentador prácticamente desconocido como Luis Roderas, que responde a la figura del pícaro charlatán que fue en su día Kiko Ledgard. A Roderas quizás aún le faltan tablas para cargar con todo el espectáculo (basado en especial en populares novelas de misterio y aventuras) y le viene grande, aunque apunta buenas posibilidades.
En la nueva era de los macroespacios largos, larguísimos, «Un, dos, tres...» no ha podido escapar a esa tendencia: entre los spots comerciales, el carrusel publicitario en pantalla de los patrocinadores y tal vez un exceso de gags y actuaciones que lastran su ritmo interior, el programa se va a las tres horas y pico.
Aquella fluidez y la sabia utilización de las transiciones entre las diversas secciones que caracterizó sus mejores épocas se ven un tanto condicionadas. Sin embargo, “Chicho” no se rinde y de su magistral dominio de la puesta en escena, de su maliciosa ironía y sentido del humor quedan no pocas muestras en cada programa: quien tuvo, retuvo.
Esto fue lo que Antonio Sempere escribió con motivo del último programa de «Un, dos, tres... ¡a leer esta vez!»:
¡Campana y se ha acabado! Hoy es un día histórico televisivamente hablando. Se emite el último de los programas que Narciso Ibáñez Serrador ha dirigido para TVE y termina un maridaje de 43 años. Acaba mal. No creemos que Chicho vuelva a pisar territorio de la televisión pública. Se siente herido en su amor propio, y con motivos. A falta de la emisión de los tres últimos espacios, ¿a qué vino suprimir los dos últimos sin dar ninguna explicación? [...].
Si algún aprendizaje puede extraerse de la defenestración fulminante de «Un, dos, tres...» de la parrilla de la programación de TVE es la democratización de este tipo de ceses. En estos tiempos que corren, todos somos iguales. Los grandes como Chicho y las gentes de a pie como un servidor y como usted que me lee. [...]. A TVE, en esta ocasión, le fallaron las formas y, por ello, en forma de reparación, este último «Un, dos, tres...» debería ser seguido por una mayoría, a modo de homenaje, aunque haya que hacer un sacrificio y absorber toda la publicidad que genera. En esta última etapa, más que tarjetitas con la fórmula del “hasta aquí puedo leer”, los espectadores se han encontrado con tarjetas de crédito en toda regla, publicitadas a la menor posibilidad dentro de los distintos bloques del concurso. Tarjetas y complejos residenciales, y cocinas, y muchos más productos que han contribuido, poco a poco, a matar definitivamente la gallina de los huevos de oro. [...].
J. M. Baget Herms también criticó la forma en que «Un, dos, tres... ¡a leer esta vez!» fue suprimido:
[...] Tampoco ha corrido mejor suerte «Un, dos, tres...¡a leer esta vez!», lo que ha motivado las quejas de Narciso Ibáñez Serrador, que resultan un tanto sorprendentes cuando él mismo había manifestado su deseo de eliminar el programa ya hace unas semanas a causa de la caída de sus índices de audiencia. En todo caso, estamos de acuerdo con su creador: su brillante hoja de servicios merecía un tratamiento mejor, mucho más digno. |
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