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Críticas (positivas y negativas)
al programa «Un, dos, tres...» en prensa
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La importancia del «Un, dos, tres...» ha sido tan grande y ha dejado un legado tan destacable en la historia de la televisión, que muchos de los que fueron sus espectadores cuando eran niños hoy se dedican al mundo de la comunicación y son prestigiosos críticos y expertos en el mundo de la televisión. Y en más de una ocasión han dedicado artículos al programa, mayoritariamente en tono de alabanza y admiración hacia Chicho Ibáñez Serrador y su emblemático concurso.

 

Por ejemplo, Borja Terán (@borjateran), uno de los mayores expertos en televisión en la actualidad, escribió una magnífica glosa de la figura de Narciso Ibáñez Serrador bajo el título “8 lecciones que debe aprender la televisión de hoy de Chicho Ibáñez Serrador”:

 

Chicho Ibáñez Serrador es Chicho Ibáñez Serrador porque se atrevió a cambiar la televisión cuando aún nadie sabía muy bien lo que era la televisión. Audaz y valiente, llegó a ser más moderno que todos aquellos que se creen que están reinventando las pantallas hoy en día. Chicho fue por delante. Y de Chicho tenemos que aprender mucho, empezando por 8 claves de su trayectoria catódica en formatos de entretenimiento:

 

1. Hablar claro. Incluso de la competencia

 

Cuando regresó el «Un, dos, tres...» en 1991, muchos agoreros anunciaron que el programa ya no seguiría triunfando. Era viejo y ese año volvía, por primera vez, con competencia, pues ya emitían las cadenas privadas. En el prólogo de aquel estreno de la primera etapa de Miriam Díaz-Aroca y Jordi Estadella, Ibáñez Serrador, como era habitual, introdujo el programa hablando con su particular perro desde su particular mansión sacada de una película de terror. Pero, en esta ocasión, este previo fue una especie de catarsis. Chicho se dedicó a recitar los pronósticos que habían anunciado los gurús televisivos. Esos pronósticos que dictaban un posible fracaso. Y, antes de dar paso a una pausa para la publicidad y al arranque “oficial” del programa, tenía preparado el gran golpe de efecto: recordó a los espectadores la programación que, a esa misma hora, emitían el resto de los canales, remarcando que Telecinco emitía «Topacio» y que Antena 3 una nueva serie. ¿Algo así es imposible hoy? No, es posible pero pocos se atreverían. Este instante es propio de la televisión que busca de la forma más directa la complicidad del espectador, que es valiente y juega. Y aprovecha incluso elementos supuestamente inapropiados, como nombrar la programación de la competencia, para acercarse al espectador que, cómplice, se quedó e hizo que aquella etapa del Un, dos, tres volviera a ser un éxito.

 

[...]

 

3. Planificación de planos

 

[...] Chicho dibujaba siempre una realización milimétrica, [...] muy especialmente en los números musicales de todos sus programas. Planteaba una coreografía de planos, haciendo el equilibrio entre planos fijos y en movimiento que muchas veces había que rodar por separado como en el celuloide. Después, en montaje, todo encajaba: la coreografía de los intérpretes de la actuación y la armónica coreografía de las cámaras. Incluso las miradas. Las miradas a cámara y al espectador, de los artistas pero también del propio cuerpo de baile, que contaba con sus propios primeros planos que impulsaban la comunicación directa con el público.

 

4. Planos de reacción

 

En esa medida planificación, también eran cruciales los planos de reacción del público en la grada. Chicho sabía que el espectador anónimo era protagonista esencial del show. Y lo aprovechaba con desparpajo. Los planos de la grada, reaccionando ante el devenir del programa, eran constantes, [...] en la tanda de preguntas del Un, dos, tres. También eran pieza clave en la subasta o en las actuaciones musicales. Incluso, en determinadas ocasiones, los planos del público sirvieron de elemento enriquecedor y cómplice de actuaciones desnudas, como aquel “Amante Bandido” de Miguel Bosé.

 

5. Música de fondo

 

El «Un, dos, tres...» se grababa en dos días y contaba con un arduo proceso de edición. Sin embargo, los cortes no se notaban. Nada. [...]. Las bases musicales que aderezaban cada instante no sólo daban una identidad diferenciada y contundente al show, que lo hacían, sino que también otorgaban sensación de conjunto al programa. De esta forma, no saltaban los cortes (la música de fondo se metía después y daba unidad) y, además, se iba marcando el tono de cada sección del concurso. [...].

 

6. Erotismo latente, no descarado

 

Toda la obra de Chicho Ibáñez Serrador cuenta con un claro componente erótico que fue creciendo con los años incluso hasta “desnudar” a los propios concursantes del «Un, dos, tres...». Pero siempre desde la insinuación que fomenta la imaginación y no desde el descaro metido con calzador para subir el share. Sabía que la televisión entra por los ojos, pero también sabía la importancia de no desvelar todas las cartas a la primera de cambio. El mejor espectador es el que se queda para comprobar si hay más de lo que tanto le ha gustado.

 

 

«Un, dos, tres...» - 1992

 

 

Por eso, a veces, la televisión de hoy, comparada con aquella que hacía Ibáñez Serrador, resulta tan poco atrevida. En 2016, sigue siendo complicado alcanzar las cotas de brillantez creativa logradas por el creador de la Ruperta.

 

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Y hablando de erotismo, Borja Terán (@borjateran) escribió este artículo sobre el tema bajo el título “El erotismo de la televisión de Chicho Ibáñez Serrador (más allá de las azafatas del «Un, dos, tres...»)”:

 

En su complejo elenco de personajes principales, el «Un, dos, tres...» contó con un grupo de chicas guapas. Eran las azafatas. [...].

 

Porque las azafatas eran exuberantes, claro, y buscaban enamorar al ojo del espectador. Y es que, en un tiempo en el que estaba todo por inventar en la televisión, Chicho Ibáñez Serrador también fue pionero a la hora de atraer público a los programas de entretenimiento con buenas dosis de erotismo, un evidente motor televisivo.

 

Lo hizo en una sociedad tremendamente machista, donde había azafatas y no azafatos, pero donde Serrador se atrevió a ser de los primeros en desnudar a los hombres. La insinuación masculina no se hacía esperar y llegaba a un concurso-espectáculo que intentaba agitar al espectador e incluso enfrentarlo a sus “lujurias”.

 

Así, Chicho descolocó al país con una prueba eliminatoria en la que los concursantes iban perdiendo literalmente su ropa. Ante la mirada de un público exaltado, que no podía contener el murmullo, y una propia presentadora, Mayra, con una arrebatadora risa nerviosa de ingenuo asombro. La sociedad no estaba acostumbrada a estos menesteres y esta prueba fascinó a una televisión que aún no desnudaba a los hombres. Al día siguiente no se habló de otra cosa. [...]

 

«Un, dos, tres...» - 1982

 

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Borja Terán (@borjateran) también se fijó en una actuación en concreto a la que calificó como “El mejor playback de la historia del «Un, dos, tres...»":

 

El «Un, dos, tres...» dejó grandes actuaciones musicales para la posteridad. Prácticamente todas dignas de estudio. Muchas con coreografías grandilocuentes y efectistas, aunque existe una propuesta, pequeña y humilde, que, probablemente, sea el mejor playback de la historia del mítico concurso de Chicho Ibáñez Serrador.

 

La protagonizaron Carmen y Antonio Morales, hijos de Rocío Dúrcal y Junior, que acudieron a cantar “Sopa de amor” al programa el 31 de diciembre de 1982. [...].

 

Dos famosos niños, hijos de dos cantantes populares, y un simple playback, que podía pasar desapercibido en un especial navideño del formato de TVE. Sin embargo, Chicho Ibáñez Serrador huyó de gastar tiempo de su programa en una actuación de promoción sin más y decidió quitar los habituales pies de micro del escenario. Es más, apostó por crear una historia con la excusa de la canción. Así que el realizador plantó a Carmen y Antonio Morales en un decorado que representaba un restaurante, dirigió su papel en la escena —jugando con sus miradas a cámara y entre ambos— y aderezó todo con una coreografía imposible de camareros, donde destacaba un delirante metre.

 

Consecuencia directa: la simple canción se convertía en un magnético sketch que atrapaba el interés del espectador pero, también, de los dos propios críos que estaban interpretando su “Sopa de amor”. Ellos mismos miraban de reojo el delirio al que estaban asistiendo. Lo hacían con una ingenuidad que traspasaba la pantalla hasta acariciar la emoción de un televidente que vivía ese momento como un evento único. Ese es el entretenimiento televisivo más brillante, el que invierte tiempo en un creativo guion que devuelve al espectador a esa ingenuidad que creía haber perdido. Y si, además, los propios protagonistas también lo están disfrutando in situ, sorprendidos, se consigue transformar un simple playback promocional en un magnético sketch para la posteridad. Otra lección de Chicho Ibáñez Serrador, que sabía la importancia de contar una historia en cualquier segmento de sus programas, por pequeño que fuera.

 

«Un, dos, tres...» - 1982

 

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Por su parte, otro experto televisivo como Alejandro Macías (@alemaciasblanco), si bien en su blog “Reivindicando a los pioneros televisivos” no hace una crítica de televisión propiamente dicha, ha dedicado varios artículos al «Un, dos, tres...» en los que siempre tiene palabras de cariño hacia el concurso. Por ejemplo, con motivo del cuadragésimo cumpleaños del programa escribió el siguiente artículo:

 

Tal día como hoy de 1972 se estrenaba el formato de entretenimiento más importante de la historia de nuestra televisión, «Un, dos, tres... responda otra vez». Hemos hablado de él un montón de veces pero no me resisto a convertir ésta en la semana del programa. Es tal la penetración del concurso en nuestra memoria sentimental que con unas cuantas palabras reconstruimos su historia en nuestra mente [...].

 

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También escribió otro artículo sobre la primera intervención de Gloria Trevi en «Un, dos, tres...»:

 

Viernes noche, 1992, Jordi pide atención al público, va a presentar a una artista peculiar, advierte que su fuerza y osadía en el escenario no va a dejar indiferente a nadie, de hecho asegura que nadie olvidará su primer contacto con... ¡Gloria Trevi!

 

Los espectadores presentes en el plató aplauden con cierta tibieza, su nombre no les suena de nada y sospechan que la presentación puede ser un poco exagerada, algo a lo que nos han acostumbrado en televisión. Gloria canta aquello de "A mí me gusta llevar el pelo suelto" y el graderío comienza a animarse. Los movimientos exagerados de la cantante son contagiosos y de repente vemos como varias filas están aplaudiendo mientras se balancean. Gloria se sube a un andamio del decorado. Al final de su actuación tiene al público de su parte.

 

Tal es el buen rollo que ha generado que canta otra canción pero desde el set de la subasta. Movimientos obscenos, jugueteo con las cámaras, Jordi boquiabierto... momento impagable en un programa habitualmente tan correcto en su realización como éste.

 

«Un, dos, tres...» - 1992

 

 

A partir de aquel momento Gloria ya era un fenómeno en España y se convirtió en una habitual del programa las siguientes semanas. Yo, efectivamente no he olvidado aquel primer contacto con la Trevi.

 

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Finalmente, Alejandro Macías (@alemaciasblanco), en uno de sus múltiples artículos sobre «Un, dos, tres...» reconoce que lo echa de menos:

 

Cuando en 1972 TVE empezó a emitir un concurso llamado «Un, dos, tres... responda otra vez» nadie preveía que se iba a convertir en uno de nuestros formatos más exportados y uno de los programas más queridos de la historia. [...].

 

Unir tres concursos en uno fue una gran idea pero aun fue mejor elegir a un presentador desinhibido, Kiko Ledgard, y su némesis, “don Cicuta”. [...].

 

«Un, dos, tres... responda otra vez» - 1972

 

 

Esas dos figuras tan enfrentadas y un concurso en el que nunca se sabía qué iba a pasar eran tan diferentes a todo lo que se hacía que los españoles no se lo perdían semana tras semana.

 

¡Y qué decir de las secretarias! ¡Chicas en minifalda! Y encima con gafotas... el sueño erótico de cualquier oficinista...

 

Tras una pausa de casi dos años el programa regresó en 1976 pero ya en color, con nuevas secretarias, con nuevos “Tacañones” (Valentín Tornos, “don Cicuta”, había fallecido) y más presupuesto. Hasta 1978 duró esta etapa de consolidación absoluta de un concurso que yo echo de menos. [...].

 

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