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Miguel
Herrero hace resumen |
El «Un, dos, tres...» se ha terminado. Hay que ser realistas. Pero no en nuestro corazón. Si resistió perfectamente nueve años hasta su última vuelta, tenemos suficiente material, suficientes vídeos y muchos amigos como para que el programa no se haya ido del todo.
A título personal, haber vivido tan intensamente esta etapa ha supuesto cumplir uno de mis sueños. Siempre quería saber, de manos de gente que hubiese estado de público o concursante, las curiosidades y los recobecos de ese espacio al que idolatraba desde pequeño. El plató se ubicaba en el mismo sitio que las etapas del 91 al 94 así que era estar ahí, donde Jordi Estadella retomaba la emoción de la subasta o donde “nacieron” Ángel Garó, Silvia Abascal o Paula Vázquez. Y de alguna manera, al recoger elementos clásicos como la escalera o las bandas amarillas (reconvertidas en rejillas con libros, pero de igual formato) o la mesa, era un poquito estar con Mayra o Kiko.
Tantas veces imaginamos en estos años recibir una tarjetita que tenerla hacía pensar que tampoco era nada del otro mundo. Pero estábamos allí. Y cuando pase bastante tiempo, pondremos los vídeos y tras Luis Roderas y entre el público, estaremos nosotros. Mientras, escucharemos la musiquita de fondo (que no sonaba en el plató, lógicamente) y nos transportará al interior del «Un, dos, tres...».
El final fue injusto. La nueva directora de TVE pensó que «Un, dos, tres...» no era de recibo en una televisión pública cuando tantos laureles le había proporcionado Ruperta a la “Casa”. Chicho estuvo en el hospital la semana posterior a la cancelación pero un grupo de fans le encontramos mucho más recuperado un mes después al entregarle una placa en homenaje a tantos años de ilusión, a tantas emociones vividas gracias a él. Fue la tarde inolvidable del 3 de julio de 2004 cuando hablamos con Chicho en una reunión de amigos. Nos reímos, nos contó curiosidades y sus ojos brillaron especialmente al ver que tanta joven se había desplazado desde Barcelona, Guadalajara, Zaragoza, Valencia, Murcia, Salamanca o Valladolid sólo para estar un ratito con él. De alguna manera nos servía para terminar la etapa justamente.
Viví tantas semanas de grabación gracias a mis compañeros del “Hotel La Vega”, donde trabajaba de recepcionista durante este «Un, dos, tres...», que me facilitaron muchos martes para poder estar allí y miércoles, para descansar de tanto viaje. Eso sí, a cambio de trabajar los fines de semana. Pero merecía la pena. Gracias a los doce programas que pasé, «Un, dos, tres...» me introdujo en el mundo de la ficción. Por unas horas entrábamos al libro elegido para esa semana. Así me introduje en la cripta del Conde Drácula, indagué en la vida de Dorian Gray para conocer sus obsesiones, saludé al criado del Sr. Fogg en su vuelta al mundo (Luis se miraba una mano al pronunciar su nombre, Passpertout, en la que lo había escrito; así se le ve en la ronda de preguntas), pasé miedo con la mente de Poe y sus personajes, me enamoré con las rimas de Gustavo Adolfo y seguí la pista de un sabueso que buscaba Sherlock Holmes. De paso, me cegó el rayo que esperaba el Dr. Frankenstein, canté al son del “can-can” en la época del travieso Sawyer, me sumergí al fondo de veinte mil leguas, me escondí ante la transformación del Sr. Hyde y de los cíclopes de “La Odisea” y paseé por el zoco de “Las mil y una noches”. Incluso, ya desde casa, surqué los mares con piratas y corsarios en busca de tesoros, aprendí la moraleja del Sr. Scrooge, atravesé el tiempo sin darme cuenta hasta llegar a Egipto y a la Edad Media con Lancelot, pero una maldita guillotina, la que perseguía “Pimpinela”, cortó sin piedad todo un mundo de sueños.
La televisión pública había demostrado que sólo importaba la audiencia, no la estimulación de la mente, el ánimo a la imaginación. Y eso que «Un, dos, tres...» fue lo más visto durante varios viernes, le otorgó a TVE el liderato total de enero y fue el minuto más visto de los viernes en diez ocasiones. Su primera emisión no durmió a nadie (pese a la broma de “Un, dos... Flex”, que todo el mundo recuerda y que no grabamos el público del primer día; era anterior) y queda como uno de los espacios más vistos de los últimos años. Pocos programas excepto la primera edición de «Operación Triunfo» y el primer «Gran Hermano» han llegado a 11.600.000 espectadores en su minuto de oro. Eso ocurrió el 9 de enero de 2004.
Tal vez en la memoria de la gente quede este «Un, dos, tres...» versión años 2000 como algo transitorio que no llegó a cuajar pero en su totalidad, el «Un, dos, tres...» vuelve a mitificarse, a ser historia de la televisión, historia de la sociedad española. Y nos aporta un “animal” mediático, Luis Roderas. En la presentación del decorado de “La Odisea” resumía el libro durante dos minutos seguidos sin parar y de memoria (pese a que otro corte lo dejó en apenas 30 segundos). Demostraba su profesionalidad de sobra. Eso sí, en los últimos meses no se percató de que su tarjeta no iba a hacer check-in porque estaba caducada. Otro gazapo.
Las azafatas, ofreciendo números visuales para el recuerdo. Y los cómicos, intentando sacar una sonrisa a un público que ya se las sabe todas. El programa ahora vuelve al arcón, a descansar otra vez. Quién sabe si Ruperta estará planeando volver a ofrecernos un “concurso alegre y destinado a probar nuestro ingenio”. Su misión, que arrinconemos el mal humor. Los tiempos han cambiado pero la dignidad no. Chicho sigue siendo el más digno. Todos rechazaron la actitud tomada por TVE hacia «Un, dos, tres...». Sólo quedaban dos espacios... y el final hubiese sido perfecto para ambas partes.
Cuando TVE cumplió 50 años en octubre de 2006, eigieron al programa como el mejor de la historia de TVE, y yo pude decir con alegría: “Yo estuve en el «Un, dos, tres...»”.
Miguel Herrero Valladolid |
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